
Vengador oscuro, has llegado finalmente a la Tierra tras tantos años de profundo letargo. Por fin despiertas de tu sueño sin fin para llevar a cabo tu cometido. Oscuro y triste es tu trabajo, la destrucción del mundo conocido.
Pero yo soy luchadora y guardo la esperanza de poder convencerte para que vuelvas a tu descanso un poco más. Todavía no estamos preparados para ti, todavía nos queda mucho por hacer y no me resigno a este destino.
Lucharé contra ti por el mundo al que amo, el mismo que me vio nacer.
Empiezas con tu cometido, las casas se derrumban bajo el certero golpe de tu espada y solo quedan ruinas allá por donde pasas.
Me armo con unas alas blancas y una espada que pueda esgrimir para contener los golpes de tu espada de fuego.
Alzo el vuelo y salgo a tu encuentro.
Estás quieto sobre el centro de mi ciudad, preparándote para asestar un nuevo golpe.
Llena de horror aprieto mi vuelo. Preparo mi espada y mi cuerpo para el choque que se avecina. Mi espada evita que caiga tu furia sobre mi ciudad.
Ángel oscuro, te percatas de mi presencia por primera vez y te asombras de mi osadía. Tú eres el destructor del mundo y nadie debería cuestionarte. Nadie. Tú eres un enviado de Dios y cumples sus órdenes. No te planteas que el todopoderoso se haya equivocado o que simplemente nos esté poniendo a prueba a todos incluido tú.
No me escuchas. Sólo soy un ser inferior, una creación de tu señor. Quieres que me vaya y te deje hacer tu trabajo. Pero llegará un momento en que moriré bajo tu espada. Me va la vida en ello, la mía y la de mi gente. Creo en ellos y lucharé hasta el final.
El mundo está demasiado corrompido para dejarlo seguir viviendo por más tiempo, pues se corre el riesgo de acabar mucho peor.
Ese es tu argumento.
No ves que sólo hablas desde el rencor que te ha infundido el despertar en este momento. Crees en el lado negativo y no quieres ver que aún queda algo positivo.
Sigues sin escucharme.
Vuelves a alzar tu espada, esta vez contra mí. Me crees tú amenaza. Te equivocas.
Conozco el mundo en el que vivo. Mi alrededor está lleno de buenas personas que se ayudan unas a otras como pueden. Personas normales que viven el día a día entre penas y alegrías.
Esta vez el golpe que recibo es más fuerte pues guarda toda la furia del anterior fallido. Me miras y veo el odio en tu mirada. Te olvidas de tu cometido y paso a ser tu objetivo a destruir.
Me atacas y yo me defiendo, iniciando así un baile en las alturas. No das tregua con tus precisas estocadas que en más de una ocasión me hacen pensar que es mi final. Sin embargo consigo resistir.
No sé dónde he aprendido a manejar la espada, simplemente dejo que los movimientos fluyan sin pararme a pensar. Es como si alguien me guiara. No es un desconocido, al menos no lo siento como tal.
No te ataco. No es mi intención acabar contigo. No creo en la muerte innecesaria. Únicamente quiero hacerte recapacitar.
Apenas logro ya hacerme oír, apenas si puedo hablar. Todas mis fuerzas están concentradas en evitar tu espada.
El ruido que produce el entrechocar de nuestras espadas es ensordecedor y, abajo, en la ciudad, la gente se ha percatado de lo que ocurre. Murmura asombrada sin saber el significado de la lucha.
No me detengo a prestarles atención. Continuo luchando contra ti pues un simple error puede causar la muerte de las personas que se han congregado a nuestros pies. Me llega parte de su fuerza y recupero energías.
Algunos han reconocido los signos inequívocos del apocalípsis. Este hecho sólo logra enfadar más a este ángel de destrucción. Te niegas a oír más suplicas para detener tu misión.
Cargas la espada al máximo de su poder.
Sé que no puedo con ella. Ha llegado mi límite. Moriré si me interpongo.
Tengo dos opciones. Morir aplastada bajo los escombros sin poder hacer nada o morir protegiendo a personas inocentes. Me quedo con la segunda opción.
Morir en lugar de alguien a quien se ama me parece una buena forma de morir, incluso noble.
La gente en la ciudad cierra los ojos y grita. Ven el resplandor que emana de la espada de fuego del vengador oscuro.
Antes de que caiga la furia sobre mi ciudad, me interpongo entre ellos y recibo el golpe mortal de la espada.
Creía que iba a morir, a desaparecer, a quedar a algo menos que cenizas, pero sigo entera o eso me parece. Sin embargo sé que estoy a las puertas de la muerte. Es algo que no se puede remediar.
Siento un calor que procede de lo más profundo de mi ser. Un calor agradable que me invade por completo. Es extraño.
A través de mis ojos, casi ciegos, te observo vengador. No te guardo rencor. Era tu trabajo y yo me interpuse. Es únicamente mi culpa. Me asombra tu cara de sorpresa y me pregunto que te detiene ahora en tu cruzada.
No dices nada y tu mano tiembla. Apenas si aciertas a sostener tu espada. Tienes los ojos acuosos y empiezan a verter lágrimas fuera de ellos.
Vengador oscuro, ¿qué te perturba tanto? Puedo sentir tu pena, tu profunda tristeza en este estado de semiinconsciencia en el que me encuentro. ¿Te odias a ti mismo por lo que has hecho?
No lo entiendo. Me has matado igual que a otros muchos. Sólo soy una simple mortal sin nada en especial.
Miro mi cuerpo moribundo reflejado en tus ojos.
Mi cuerpo brilla emitiendo luz propia.
En la tierra oigo a un niño decir a su padre: “Esa chica era un ángel. La abuela dijo que se escondían entre nosotros. Es un ángel y nos ha salvado.”
Sus palabras me confunden. ¿Yo un ángel? No podía ser. Había nacido en la tierra y estaba dispuesta a luchar por mantenerla, por apartarla de la destrucción.
Los ángeles no luchan. Son pacíficos, la corte celestial de Dios.
Tú, mi asesino, sigues llorando y no te puedo consolar aunque quiera. Quiero decirte que ha sido mi elección. Sólo mía. Conocía perfectamente las consecuencias de mi acción. No te culpes.
No me oyes. No tengo voz. Coges tu fiel espada y la clavas en tu pecho mientras articulas la palabra “Hope”.
Abro los ojos de golpe y me doy cuenta de la verdad. Todo este tiempo yo…
No puedo continuar pensando. Siento como me deshago en mil trozos, sin llegar a sentir dolor. Únicamente está esa calidez que experimenté tras el golpe. Me arrulla y me llama. Mi alma sigue ese sonido y, a mi lado, te veo sonriendo por primera vez.
Nuestros cuerpos caen sobre la tierra como una lluvia purificadora que quema el corazón de los malvados e hincha de gozo el de aquellas personas de buenos sentimientos.
La naturaleza se abre paso entre el cemento y el hormigón de mi ciudad, recuperando el terreno arrebatado.
Las personas que quedan descubren esa maravilla olvidada y apartada de su mente por demasiado tiempo. Observan el verdor que crece como ciegos que ven por primera vez.
Me alegro porque el mundo que amo se ha salvado. Le preveo un nuevo y prometedor futuro. Aunque ya no lo pueda disfrutar, soy feliz.
Pude luchar contra un oscuro destino y proteger todo aquel mundo que me vio nacer.
Tú, a mi lado, aprietas mi mano y me sonríes. Es una hermosa sonrisa que no dudo en responder. Delante se abren las puertas del paraíso y entramos juntos.
Sé que alguien, en otro lugar y en otro momento nacerá y seguirá mis pasos aunque no haya oído hablar de mí. Se convertirá en la nueva luz del mundo, en su esperanza. Y vez tras vez, nos enfrentaremos a las tinieblas que pugnan por sumir el mundo en las sombras.
Porqué ese es el destino de las que, como yo, nacen con la marca del ángel de la luz.
Basada en la canción “Angel of Darkness” del compositor Alex Christensen