
La gente se deslizaba sobre el hielo con asombrosa gracilidad o con cierta patosidad de quien no se ha puesto un patín en su vida; y creaban círculos. Unos se caían y otros mantenían el equilibrio sobre las cuchillas.
El hielo se cortaba a cada pasada de los patinadores. Es divertido y cansado pero te hace olvidar los problemas, reírte y hacer fotos graciosas. Es un bálsamo helado del que hay que beber sin parar pues cuanto más tiempo pase, mayor es la soltura del patinador, la elegancia… y te transporta a un lugar en el que solo hay hielo mágico e ideal, sino fuera por el frío que entra por cada célula corporal.
Un frío que al patinar se olvida pero queda presente al acabar y no hay ningún lugar al que escapar.