
El agua es el elemento del cambio, capaz de crear vida y mantenerla.
La tierra es el elemento de lo perenne, que se mantiene siempre igual.
El fuego es el elemento de la destrucción y el poder, pero sin él el mundo sería demasiado frío, quien controla el fuego tendrá el poder a sus pies.
El aire es el elemento de la libertad en si misma, portador del aliento de la vida.
Desde la antigüedad estos han sido los elementos de los que ha estado compuesto nuestro bello planeta. Todos ellos, en su justa medida, permiten el equilibrio que hace posible la vida en el mundo terrenal.
Hace millones de años, cuando el hombre empezaba su andadura en el mundo, el equilibrio que se había mantenido desde mucho antes de aparecer el ser humano, desapareció y el mundo cayó sumido en el caos. Los hombres deambulaban por el mundo intentando encontrar los pocos lugares donde se podía vivir con tranquilidad.
Uno de aquellos plácidos lugares era una larga y extensa llanura y allí se encontraron cuatro tribus nómadas que habían acudido al mismo lugar buscando su tranquilidad.
Los nómadas, pacíficos, y atendiendo a la amplitud de los terrenos, decidieron no disputarse el terreno. Cada tribu acampó atendiendo a los cuatro puntos cardinales, y dejaron en el centro un punto vacío en el que ninguna de las tribus debía osar pisar era “Tierra de nadie”.
En ese lugar que permaneció deshabitado contaban los chamanes de las tribus, reposaba un gran poder en su interior, motivo que aumentó la vigilancia que dispusieron las tribus a su alrededor para que nadie lo traspasara.
Una noche, en un despiste de los centinelas en cada una de las tribus, se adentraron en la tierra prohibida cuatro jóvenes. Al principio observaron a su alrededor aquel lugar que tanto aterraba a sus mayores sin entender el motivo de aquel miedo.
Avanzaron por la tierra de nadie, dirigiéndose al centro. Al principio y debido a la distancia que abarcaba la tierra de nadie, no vieron a las otras exploradoras hasta que se encontraron a unos pocos metros de distancia. Al principio, con cierto temor por ser descubiertas por las tribus vecinas, se acercaron a ver a las infractoras.
Aquella noche la luna brillaba en toda su plenitud y alumbraba el lugar con su luz blanca. Gracias a ella, se pudieron observar y quedaron sorprendidas al descubrir que no eran tan distintas como las habían hecho creer en sus tribus.
Al mirarse más fijamente descubrieron que salvo unos pocos rasgos que las diferenciaban unas de otras, eran prácticamente idénticas. En sus rostros se podían observas las mismas facciones que solo cambiaban en los ojos y en su pelo.
Fireba, de la tribu del norte, su piel era de color tostado, su cabellera era pelirroja y sus ojos castaños estaban cercanos a mostrar una tonalidad rojiza en sus iris.
Acaba, de la tribu del oeste, tenía la piel clara, su cabello era oscuro con reflejos azulados a la luz de la luna y sus ojos azules reflejaban la claridad del agua cristalina.
Earthia, de la tribu del sur, con su piel tostada, tenía el pelo castaño y sus ojos eran dos hermosas esmeraldas.
Arinsa, de la tribu del este, era la más extraña de las cuatro. Su piel era tan clara que parecía transparente, su cabello era tan rubio que parecía platino haciendo conjunto con los rayos de la luna y sus ojos eran grises. Toda ella, en conjunto, la hacía parecer que estuviera a punto de emprender el vuelo.
Al mirarse a los ojos, su asombro aumentó en gran medida. En los ojos de Fireba vieron brillar una gran llama de fuego en ellos. En los ojos azules de Acaba se veía la claridad del agua y de los ríos como si fluyeran por ellos. En los ojos de Earthia, se podía observar como crecían en ellos grandes árboles con un gran follaje del más intenso verde. En los ojos de Arinsa se veían un millar de huracanes girar y elevando hojas que giraban como el viento.
De pronto una extraña atracción surgió entre ellas que las sumió en un trance que las obligaba a avanzar hacía un haz de luz que había descendido desde la luna sobre el cielo.
Los guardias de sus respectivas tribus se habían percatado de la huida de uno de sus miembros y habían alertado a todos los miembros e ido en su busca. Al llegar al claro donde se encontraban las chicas, quedaron atónitos y con cierto temor al ver lo que estaba sucediendo.
Las cuatro jóvenes llegaron al centro, su proximidad era tal que podían tocarse. Levantaron las manos y las unieron entre si formando un círculo perfecto. En el momento en que sus manos entraron en contacto, las cuatro sintieron un escalofrío que recorría todo su cuerpo.
La luz blanca de la luna las envolvió y acunó elevándolas sobre el terreno unos pocos centímetros. Una espiral de luz sacó de su interior todo su potencial y poder que no era otro que los elementos a los cuales representaban: Aire, Agua, Fuego, Tierra… girando alrededor de su cuerpo.
Cuando la luz de la luna alcanzó su cenit, la luz aumentó y las espirales que rodeaban a las muchachas adquirieron mayor fuerza y rapidez. Después de aquel incidente, salieron del trance y se desplomaron sobre el suelo.
Los hombres y mujeres de sus tribus estaban aterrorizados por el suceso que acababan de presenciar. Los gritos de terror asolaron la llanura, la gente corrió de nuevo a donde estaban acampados recogiendo sus cosas preparados para partir. Las tribus estaban tan anonadas que, sin darse cuenta, se reunieron en un solo grupo y partieron de aquel lugar. Antes de abandonar la gran llanura, los guardias de la tribu prendieron fuego a aquella tierra de nadie, dejando a las niñas a su suerte.
El fuego se extendió rápidamente mientras los rezagados abandonaban la zona y seguían a los suyos quienes intentaban olvidar tan extraño suceso. Algunos de los niños, compañeros de juegos de Fireban, Acaba, Arinsa y Earthia, eran reacios a seguir a sus mayores pues sabían que faltaba alguien, sus amigas y miraban atrás buscándolas. Su corta edad les impedía comprender lo que estaba sucediendo.
Cuando las llamas empezaron a envolver a las chicas, amenazándolas con quemarlas, un misterioso tatuaje en el cuerpo de Fireban hicieron retroceder las llamas y mantenerlas lejos de ellas. Acaba con ayuda de un tatuaje hizo que lloviera para apagar el fuego. Arinsa y su espiral lograron que el viento amainada y alejada la sensación de frío que había en aquellas tierras. Al pasar todo aquello, Earthia hizo crecer un frondoso bosque que las protegió de cualquier curioso.
Durante la noche sus cuerpos sufrieron cambios inexplicables. Su piel se tornó más pálida, su pelo les creció hasta la cintura saliéndose de las trenzas que llevaban. Crecieron hasta convertirse en hermosas jóvenes de dieciocho años. Las ropas que llevaban se transformaron de los harapos que llevaban en suntuosas prendas, las más hermosas que existían y que las hacían dignas de una diosa.
Al llegar el amanecer despertaron y no se reconocieron. Ni siquiera sabían quienes eran, el trance que habían sufrido las había hecho perder la memoria. Los animales habían acudido al pequeño bosque y las habían rodeado pues durante la noche se habían acostumbrado a su presencia.
Durante los días siguientes fueron descubriendo los poderes que tenían y crearon un oasis hermoso desde donde nacía un río, que fue creciendo hasta llegar a un lago cercano. Los árboles formaron un frondoso bosque que, con el paso del tiempo, llegó a gran parte de la llanura. Todo ello obra de Acaba y Earthia.
Arinsa, cuidaba que el aire que se filtraba fuese el adecuado, ni demasiado frío ni demasiado caluroso. Fireba se ocupaba en cambio de cuidar de los animales heridos que se refugiaban en el bosque, al lado de un fuego acogedor en una cueva que convirtieron en su hogar las cuatro muchachas.
Aquel fuego se mantenía encendido siempre y a él acudían criaturas de todo tipo en busca de calor y protección. El lugar era conocido por todos los animales como el paraíso y ellas eran llamadas las ninfas de los elementos. Todos ellos, las criaturas locales como las visitas, hacían de aquel lugar un sitio acogedor.
Al cabo de los años, algunos de aquellos niños con los que antaño jugaron, volvieron convertidos en adultos buscando a sus amigas. Cuando descubrieron en lo que se habían convertido y que no les recordaban. Se sintieron algo culpables por el abandono al que habían sido sometidas por sus padres y decidieron asentarse en los alrededores y construyeron un templo para adorarlas.
Durante un tiempo las ninfas de los elementos soportaron aquella convivencia después de tantos años con humanos, desgraciadamente comían de la caza de los animales que ellas con tanto esmero cuidaban, así que, con el tiempo abandonaron aquel su primer hogar y recorrieron toda Europa y Asia conviviendo con diferentes clases de dioses.
Sin embargo jamás volvieron a encontrar un lugar como el primero y vagaron sin rumbo hasta que los hombres olvidaron los viejos dioses y sus mitos y fueron a refugiarse como muchos como ellas, a guarecerse a una mágica isla cerca de gales. Era la isla de Ávalon regida por la maga Viviana.
Allí aprendieron a cuidar de sus animales, y otras criaturas fantásticas que vivían en armonía en el lugar. Pero sobretodo, siguieron manteniendo el equilibrio sobre el mundo, en las sombras de Ávalon y la ignorancia de los hombres, hasta que el mundo deje de ser mundo y todo vuelva a comenzar de nuevo.