Ascua creció con sus hermanos adoptivos a los que quería sobremanera. Sabía que no era la hija de Selene y Endimión, pero no le importaba. Jamás preguntó quién era ni como había llegado a la luna. Se contentaba con ser feliz y contar con una familia que la amase.
Aprendieron de Yue el conocimiento que este poseía del mundo humano y el divino. Tsuki, en cambio, les enseñó el arte de la caza así como la compasión para con sus víctimas y el equilibrio que debía haber en la escala alimenticia. A menudo organizaban partidas de caza, siempre vigilados por Tsuki. Diana se hacía más fuerte por la noche, cuando brillaba la luna en el cielo estrellado. Mientras que Ascua y Febo lo hacían cuando el sol iluminaba el firmamento.
Este hecho preocupaba sobremanera a Selene, no por el hecho de que ambos se sentían atraídos por el hecho de compartir la fuerza del sol, sino más bien porque no paraba de preguntarse quién era realmente la misteriosa niña que encontrara en el bosque. Poco antes de encontrarla y tras dar a luz a Febo y Diana, su hermano Helios, dios del Sol, desapareció sin dejar rastro, dejando como su sucesor a su recién nacido sobrino. Pero el signo que debía tener como futuro dios del sol, no le había aparecido más que la mitad. Y estaba segura que esa niña estaba relacionada con su hermano.
Pronto los mellizos cumplirían los novecientos años reglamentarios que les otorgaba la mayoría de edad y les serían traspasados los deberes de los dioses a través de un ritual. Diana y Febo estaban muy emocionados ante el inminente día. Ascua estaba ansiosa por ver el ritual, sin embargo también estaba triste. Ella jamás tendría nada parecido. Era una simple humana que tenía el gran honor de vivir con la diosa Selene en su palacio de la luna.
A medida que se acercaba la fecha, más distante y huidiza se volvía Ascua. No podía soportar el ajetreo que se vivía en el palacio y decidió viajar a la tierra, al lugar donde había nacido. Viajó directamente al Templo dedicado a Selene. No era la primera vez que lo visitaba, ya había acudido en otras ocasiones en busca de alguna pista que dijera quien era. Alguna pista que hubieran obviado Yue y Tsuki. Como en ocasiones anteriores, no encontró nada.
Salió fuera del Templo mirando al horizonte desde el acantilado. Era una vista preciosa en esa época del año. Los árboles teñidos de marrón, rojo y amarillo, la hacían sentirse parte del paisaje. De pronto oyó un hermoso canto, un canto que le infundía fuerzas y se llevaba su tristeza. Se sintió hechizada por su música, jamás había oído nada como aquello, le llegaba al alma empujándola a buscar el origen de aquel canto.
Se adentró en la espesura del bosque. Anduvo durante mucho tiempo embelesada por tan magnífico canto, tanto que el sol y la luna se pusieron en varias ocasiones. Apenas fue consciente del paso del tiempo, hechizada como estaba. Finalmente y tras mucho andar se encontró ante una verja de oro que pareció sacarla de su ensoñación.
Ascua miró en todas direcciones tratando de encontrar algo que le resultase conocido. Pero aquel lugar estaba envuelto en una intensa niebla que se tragaba todo más allá de ella y las verjas. La canción seguía sonando con más intensidad. Procedía del interior de la verja. Con mano trémula tocó la verja. Sintió un fuerte calor en su mano y una luz la cegó. Para cuando se recobró, se abría ante ella un magnífico jardín. El más bello que había visto. Todas las plantas, árboles… conocidos parecían hallarse ahí.
Ascua recorrió el jardín, buscando incansable al responsable de tan magnífica canción. Su oído privilegiado de cazadora experta la llevó a lo que parecía ser el centro del jardín. Allí se alzaba un magnifico roble y, en lo alto del árbol, pudo ver un ave cantar. No era ninguna a la que hubiese dado caza o que hubiese estudiado. Se trataba de un magnífico pájaro rojo, del tamaño similar a un cisne, y en sus plumas resplandecía el fuego del sol.
Con gran habilidad se encaramó al árbol y fue subiendo hasta llegar a lo alto de todo. El ave no salió volando, sino que se quedó en su lugar dejándole un hueco a la joven. La miró con curiosidad con sus grandes y profundos ojos dorados, iguales a los suyos. En ellos observó, como años antes hiciera Selene en los suyos, el fuego del sol.
“Hola Ascua. Te he estado llamando” oyó en su cabeza una voz que supuso era la del ave.
-¿Cómo sabes mi nombre? ¿Qué eres? No había visto nunca nadie como tú- dijo con inocencia.
“Soy Soleil, el ave fénix que sirve al sol” dijo desplegando las alas sin llegar a darle y volviendo a plegarlas. “Y te conozco desde que eras un bebé. Te he estado observando desde entonces.”
-¿Sabes quién me abandonó?- preguntó esperando encontrar una respuesta tras tantos años de incógnita.
Soleil la observó durante largo tiempo antes de contestar.
“Fue una de las sacerdotisas de mi señor” contestó. Después añadió. “Corrías un gran peligro y yo mismo aconsejé a mi señor que debía ocultaros. Y qué mejor que con su hermana Selene. Diosa de la Luna y madre de mellizos de tu misma edad.”
-Dices tú señor. ¿Quién es?- tras pronunciar estas palabras se lo pensó un momento. Por fin ató cabos.- Acaso es Helios mi padre. Pero por qué, por qué se ocultó, que fue de mi madre…
“Pequeña Ascua, como tú has dicho mi señor es Helios y también es tu padre”- no apartó los ojos de Ascua cuyos ojos se humedecían por momentos. “Cuando tu naciste, se produjeron en el sol una serie de anomalías que tuvo que sofocar. Vuestra madre murió en el parto y su única opción era entregaros a su hermana. Lejos de preocuparla prefirió no contarle nada. Se puso al frente de su ejército solar y partió al frente. Nunca más supimos de él.”
Ascua no pudo reprimir el llanto y se puso a llorar. No quería que Soleil la viera de esa manera y descendió entre sollozos y se sentó a la sombra que le ofrecía el roble. Sin embargo Soleil también descendió y se colocó a su vera esperando que dejase de llorar. Para ello empezó a entonar una dulce canción.
La canción dio sus frutos y dejó de llorar. Levantó la cabeza y se abrazó al fénix. Parecía una niña pequeña que se abraza a un preciado juguete.
“No llores pequeña. No llores por los que ya no están y alégrate por los que viven. Vuelve a casa joven diosa” Soleil alzó el vuelo, y se perdió en el horizonte próximo al sol.
El jardín desapareció ante sus ojos y se encontró de vuelta en el templo, en su entrada al pie de las escaleras. Parpadeó unas cuantas veces hasta que se pudo ubicar. Era de noche y la luna brillaba con fuerza. Había llegado el día del ritual de sus hermanos adoptivos. Entró en el templo y se situó en el círculo de invocación para volver a casa.
Allí la esperaban Diana y Febo con rostros preocupados por el tiempo transcurrido desde que se fuera. Ambos estaban vestidos con sus mejores galas.
-Ascua ¿dónde estabas? nos tenías preocupados- dijo Diana acercándose y abrazándola.- Madre hasta mandó a Tsuki y Yue a buscarte pero no encontraron tu rastro. Oh estaba muy triste, no paraba de murmurar tu nombre. Creía que te había perdido como al tío Helios.
-Tranquila Diana. Creo que perdí la noción del tiempo. Lo siento- dijo Ascua bajando la vista.
-Me alegra verte Ascua. Vamos será mejor que te prepares para la ceremonia- dijo Selene apareciendo por el fondo de la sala. Ascua se lanzó a abrazarla. La diosa la acunó como cuando era niña.- Lo tienes todo preparado en tu habitación. Yo te ayudaré.
Ambas salieron de la habitación ante la atenta mirada de Febo que no se había movido pero cuya cara reflejaba alivio.
Apenas tardó un cuarto de hora en estar lista. Vestía un hermoso vestido verde esmeralda y bordado dorado. Cuando volvieron a la habitación esta se había ido llenando de gente importante. Tsuki y Yue también se encontraban al lado de Endimión y de los mellizos. La sala entera estaba atenta a la llegada de Selene y por ende Ascua tuvo una gran entrada que no pareció importar demasiado a sus hermanos que la aplaudieron.
Ascua se posicionó enseguida al lado de Diana tratando de pasar desapercibida. Selene se adelantó a presidir tan magno acontecimiento.
-Amigos del Sol y la Luna bienvenidos. Hoy hace novecientos años nacieron Diana y Febo los mellizos de la Luna y el Sol. Nos hemos reunido aquí para transferirles las responsabilidades que implica ser un dios. Tras la desaparición de mi homólogo y hermano Helios, se produjo un desequilibrio en el cielo, desequilibrio que hoy llega a su fin. Diana hija mía acércate.
Diana se acercó al centro de la sala donde se encontraba su madre. Esta hizo aparecer un báculo con el símbolo de la Luna grabado en la parte superior. Era el mismo símbolo del círculo de invocación. Selene lo cogió con las dos manos y lo mismo hizo Diana.
-Por el poder de la Blanca Luna y las sombras de la noche traspaso tu poder a tu nueva ama. La corte Lunar es testigo de tu aceptación en tu nueva responsabilidad. Báculo Lunar de ahora en adelante responderás ante Diana, la nueva Señora de la Luna- pronunció Selene. El hechizo hizo efecto pues al terminar se iluminó y pasó su brillo a Diana.
Selene soltó el báculo y se pudo contemplar como Diana tomaba un aspecto más majestuoso y maduro. Se volvió más bonita. Toda la sala se inclinó ante su nueva señora. Cuando se levantaron nuevamente Diana se posicionó a un lado pero sin volver a su anterior puesto.
-Y ahora demos la bienvenida a Soleil, segundo al mando de mi hermano Helios y el encargado de transferir el poder del Sol a Febo.
De la nada apareció una bola de fuego tras la que se materializó Soleil que se colocó en una percha colocada donde anteriormente se encontrase. En su cuello portaba un báculo en miniatura.
“Febo, heredero de mi señor Helios, acércate. Ascua, hija del señor del Sol, acércate” ante aquella revelación, todos los presentes se quedaron estupefactos mirando a Ascua, a la que creían una simple humana.
Selene fue la única que no se sorprendió pues hacía ya tiempo que sospechaba de la identidad de la joven. Ascua se acercó algo intimidada por todas las caras que la miraban. Cuando llegó al centro y miró a Febo este se mostraba incrédulo y no apartaba la vista de su prima.
“Tomad en vuestras manos este báculo símbolo del poder del Sol” el báculo que portaba en forma de colgante se desprendió de su cuello y se transformó en un báculo similar al que portaba Diana en esos momentos. Ambos pusieron las manos con determinación en el mango. “Por el poder del fuego eterno del sol, quedan aquí establecidos tus nuevos señores. Señores del Sol y reyes fénix. Ante la corte de la Luna Blanca, hasta ahora su hogar, toman consciencia de sus nuevas responsabilidades.”
El fuego les envolvió por completo durante unos instantes. Poco a poco el fuego se fue apagando mostrando a los presentes a los magníficos nuevos dioses del sol. El fuego les había sustituido la ropa por otras más majestuosas, incluyendo una corona. El báculo se había dividido en dos. Todos se arrodillaron ante los nuevos dioses del sol.
“Ahora vuestro hogar será el resplandeciente palacio solar. Os están esperando desde hace mucho tiempo” fue lo último que dijo Soleil antes de desaparecer en una bola de fuego.
Tras la ceremonia Febo y Ascua fueron a despedirse de su familia, pues debían partir con presteza a su nuevo hogar, un hogar que llevaba abandonado desde que desapareciera el anterior dios Helios. Selene se sentía muy orgullosa de sus hijos, especialmente de Ascua, la niña abandonada hija de un dios. Tras la despedida, ambos partieron a su nuevo hogar, donde reinarían para siempre.