
Parece que solo está dormido. Si solo está dormido, pero no de la forma en la que dicen mis padres, mi hermano no se puede haber ido para siempre. Estoy segura que dentro de un momento despertará quejándose por el golpe que se ha dado y por su maldito corazón que lo único que sabe hacer es darle sustos y preocuparnos tanto a mi como a mis padres.
No le puedo volver a mirar porque se lo que veré, aun así no lo puedo evitar y se me parte el corazón al mirarle. Esta más pálido de lo normal y ya no se le nota su dulce y acompasada respiración. Tiene una de sus manos puesta sobre el pecho, justo donde queda el corazón, y se nota que se lo ha estado “aguantando” pero, ahora, su mano se ha relajado y está con el puño semiabierto.
Oigo la sirena de la ambulancia cada vez más cerca. En seguida llegan los médicos que intentan reanimar a Orión mediante pequeñas descargas eléctricas. No responde y con gran pesar le cubren con una manta.
Mi madre, desconsolada, esta abrazada a papá. Yo que me he quedado de pie, justo donde estaba mi hermano, estoy haciendo grandes esfuerzos por no llorar, pero no puedo aguantar. No quiero que me vean así por lo que me voy corriendo a mi habitación. Al llegar me echo en la cama, ahora sí que no me puedo aguantar y rompo a llorar.
No lo entiendo. ¿Por qué a él?, ¿por qué? Si hace apenas unas horas estaba bien, riendo conmigo y pensando en cuando nos casaríamos y cuantos hijos tendríamos. Pero ahora…Ahora no está, me he quedado sola. Nada será igual: ni el colegio, ni la vacaciones…Nada.
Todo por culpa de su enfermedad. Los médicos dijeron que, dentro de lo que cabía, podría vivir como un niño normal, pero no. Los médicos no saben nada y no supieron ver que era peor.
Me incorporo un poco y cojo una foto que tengo cerca de la cama. Me enjuago las lágrimas y me siento. En ella salimos los dos abrazados. Es una foto que nos hicimos hace unas semanas en una excursión con el colegio a la playa. Él está sonriente y sus ojos marrones brillan de alegría ignorando que, poco después, su corazón se pararía para siempre.
No sé qué hacer, me he quedado sin nadie. La vida se ha portado injustamente, conmigo y con mi hermano, y me ha herido una parte de mi corazón que tardará en recuperarse. La vida es injusta y no tiene en cuenta lo que la gente quiere de verdad y siempre se sale con la suya, aunque la gente luche por ir en su contra. No tiene corazón.
Ya no quiero seguir viviendo en esta casa, me trae demasiados recuerdos de Orión todo, absolutamente todo, hasta un simple jarrón, porque siempre estaba alegre y hacía bromas de todo o se montaba historias de porque eran de ese modo o, incluso, le servían para jugar. Yo nunca he tenido tanta imaginación.
Los mayores dicen que la vida da vueltas y que las cosas se pueden cambiar, pero eso no es verdad. Orión se ha ido, eso no se puede cambiar y por muchas vueltas que de la vida no le volveré a ver.
El tiempo pasa lentamente y sin darme cuenta han pasado los meses, unos meses en los que no he podido dormir. No he podido ni he querido. Es de noche, y oigo ruido en la habitación de al lado, la de Orión. Seguro que son mis padres.
-Galatea será mejor recoger sus cosas-oigo decir a mi padre.
¿Recoger sus cosas? ¿¡Como se atreven!? Es su cuarto, no se lo pueden quitar. Él está, él… bueno que se ha ido, pero sigue siendo su cuarto. Son unos insensibles. Si pudiera ir, iría y les enfrentaría, pero no puedo. Sería demasiado duro entrar en el cuarto de Orión y, con el carácter explosivo que tengo… Pero aun así, deberían haberme consultado a mí, a su hermana gemela, pero claro no deben saber ni los siento ni lo que quiero.
Cesan los ruidos. La casa, y todo lo que la rodea, se vuelve a quedar en silencio. Eso es precisamente lo que necesito, silencio y calma para poder ordenar ideas y para encontrar un nuevo significado a mi vida.
Me acerco a la ventana y la abro para observar mejor el cielo. No sé porque, pero siempre me ha tranquilizado mirar las estrellas. Hace meses que no puedo. Unas nubes cubren por completo el cielo, unas nubes aún más negras de lo que es habitual en el cielo nocturno. Están cargadas y, de pronto, empiezan a descargar con toda su fuerza el agua que transportan. Incluso el cielo llora la perdida de Orión. La lluvia se hace más intensa y, yo, que creía que no tenía ni una lagrima más para llorar, empiezo de nuevo. No me puedo aguantar de pie y siento sin dejar de mirar como llueve y con las manos apoyadas en el alfeizar. De repente veo un haz de luz que atraviésale cielo y corta por la mitad un pequeño árbol, como si de una sierra eléctrica se tratase. Esto me hace volver a la realidad y dejo de llorar, pero no me limpio la cara. Miro de nuevo el árbol y me doy cuenta que es el árbol que plantó papá el día de nuestro nacimiento: seis de mayo de mil novecientos noventa y dos, hace doce años. Él también se ha desquebrajado.
Mis ojos se vuelven a humedecer. Creo que no voy a ser capaz de aguantar las lágrimas. Veo que el cielo va aclareciendo y levanto la vista. Allí, veo la luna, como siempre tan majestuosa, pero esta no está tan brillante como otras veces. Sin saber muy bien la razón miro hacía donde sé que está, desde donde sé que nunca se moverá y que siempre podré verla. Se trata de la constelación Orión. Ella sí que está brillante, como si hubiese recuperado algo que había perdido. Claro, ha recuperado el brillo de hace años a costa de mi hermano. Es injusto. Yo preferiría mil veces que tuviese menos brillo a que Orión muriese. Vuelvo a mirar la luna y, en ella veo un recuerdo de cuando era pequeña.
-Artemisa mira la constelación que esta rodera por las de: Taurus, Eridanus, Lepus, Canis Major, Monoceros y Gemini- me explicó señalando un conjunto de estrellas en forma de hombre con un arco. – Es la constelación Orión.
-Anda si se llama como tú- dije mirándole de nuevo.
-Si, ya lo sé. Lo descubrí cuando miraba un libro de astronomía- volví a mirar la constelación. – ¿Sabes? Si algo me pasa yo seguiré contigo y te vigilaré desde la constelación que te acabo de mostrar.
En aquel momento no entendí muy bien lo que me dijo. Él ya sabía que su enfermedad era crítica y yo no quise verlo. Ese descuido me costó muy caro. Pero, aun así, estoy reconfortada por saber que él sigue conmigo, vigilándome desde la constelación más brillante del cielo, la constelación Orión.