Yo creía en aquello que había aprendido en clase, de manos de mis profesores, en mi planeta natal. Creía en la República y en la democracia, los máximos representantes de la justicia y el bien en la galaxia. No pensaba en la corrupción que acechaba a nuestros representantes allá en la lejana Coruscant.
Qué ingenuo por mi parte y que crédula podía llegar a ser. Llegué a reina sin este conocimiento tan importante. Fue en ese momento cuando vi cuan cruel era el mundo real, más allá de Naboo. Pero me propuse luchar por cambiarlo, por hacer de la galaxia un mundo mejor, sin guerras o esclavitud.
Sabía muy bien que, mientras existieran, no habría paz y tranquilidad, para esos mundos, solo existiría la muerte y la desolación… Vidas destrozadas que acabarían por convertirse en lo mismo que los destrozó, creando un círculo vicioso difícil de romper. Pero me topé con que estaba yo sola contra el mundo.
A pesar de todo, no me iba a rendir, pues si lo hacía enmudecerían y nadie las escucharía. Se perderían en el turbulento mundo, que se olvidaría de ellos, como si nunca hubieran existido, cómo si todo fuera tal y como se mostraba en la holored, un mundo de políticos y lujos que se alejaban de la realidad.
No creía en la guerra. Pensaba que hablando, con diplomacia, se podía llegar a pactar. Pero que un bando quiera, no significa que el otro esté dispuesto a colaborar. Hay intereses ocultos, que manejan todas las acciones de la galaxia. La guerra se convertía en una realidad por querer rescatar a un buen amigo de una condena a muerte. Por no ser lo suficientemente rápidos en ver los que se avecinaba, las verdaderas intenciones de aquellos que, a fin de cuentas, buscaban aquello que yo creía poder recuperar desde dentro.
Creía que luchábamos por algo justo, que éramos los buenos, en una guerra que desquebrajaba en dos la galaxia. Pero me mentía a mí misma. Cerré los ojos sin darme cuenta. Perdíamos nuestra libertad y nuestros derechos para dar cabida a una guerra que nos hacía pobres y sacaba lo peor de nosotros. Mostraba nuestro lado avaro y egoísta, al tiempo que nos hacía olvidar a aquellos que nos necesitaban. Incluida yo.
Llegó un momento en que quise olvidarlo todo. Olvidar el horror, el abuso de poder, las muertes de aquellos que llevaban miles de años consagrando su vida a proteger la paz, la república, la democracia. Por un instante quise ser egoísta para poder ser feliz y formar una familia. Tantos años al servicio de los demás que creí poder permitirme ese lujo.
Estaba equivocada. Me había involucrado demasiado en todo, en algo que había desaparecido sin que hubiera podido hacer nada. Todos mis esfuerzos habían caído en saco roto. Creía que podía cambiar el mundo, la galaxia, que todas mis buenas intenciones eran suficientes frente al dinero, las conspiraciones y las ambiciones del Senado.
Que tonta fui, que crédula. Hacía falta mucho más. Me faltaban tantas cosas que no supe en su momento, que perdí toda oportunidad de empezar de cero. De reparar los errores cometidos por mi juventud, inexperiencia e ingenuidad.
Yo creía firmemente en aquello que mis profesores me enseñaron. Una teoría de la que no existe una realidad. Yo también era una idealista que buscaba vivir otra realidad.
Y se desvaneció en la oscuridad de un nuevo régimen, que anteponía la superioridad de la raza humana sobre todas las otras. Un régimen que reprimía y mataba a todo aquel que se interponía en su camino. Un régimen absolutista que apagaba toda luz.
Yo era la responsable de todo ello en gran parte.
Solo quiero que algún día se pueda reparar mi error y vuelva a haber esperanza para la galaxia. La mía, mi esperanza, está puesta en dos personas, mis dos niños, Luke y Leia Skywalker.
Padme Amidala Naberrie.