
La ciudad estaba muerta, ya no quedaba ningún humano, ningún animal. Todos habían vuelto a las cavernas que antaño usaran sus antepasados, o a los bosques, sus hogares naturales. Solo quedaban los caballos del carrusel como muestra de los nobles corceles que se veían cubiertos de telarañas, pues ahora la ciudad era el hogar de las arañas.