Era una princesa, una bella y joven princesa que deslumbraba a todos con su dulzura y simpatía. Lo tenía todo, una familia que la quería, una vida llena de lujos y esplendor… era feliz.
Pero un día, una maldición se cernió sobre ella y su familia, una terrible maldición que buscaba destruirles. Trató de huir, todo en vano.
La princesa fue despojada de sus títulos, de sus lujos, de su familia e incluso de su memoria. Sin nada, fue enviada al mundo real donde no era nadie, donde no tenía nada. Más en lo profundo de su memoria, algo le decía y tenía que haber más, mucho más de lo que veía a simple vista.

No lo dudó, se embarcó sin miedo en un viaje para encontrar a su familia. En su camino encontró personas que la ayudaron, otras que la querían destruir. Con lentitud, algunos recuerdos del pasado fueron acudiendo a su mente, reminiscencias que afloraban con la ayuda de sus compañeros. Su aspecto cambiando, volviendo a recuperar ese brillo, esa alegría y esa belleza genuina que la caracterizaba de niña. Los demás lo empezaron a notar y a maravillarse con ella pues empezaban a ver que ella era la princesa, la persona que habían estado buscando durante tanto tiempo.
Llegó un momento en que un fuerte olor, asociado a un recuerdo, la despertó. La despertó de la oscuridad a la que el olvido la había llevado. Volvía a ser la princesa, nunca había dejado de serlo. Había roto la maldición que habían lanzado sobre ella y su familia, una familia a la que había recuperado.
Todo volvía a ser igual que hacía años. El mundo real y el suyo propio convivían perfectamente pues había aprendido a ver más allá de la realidad y verla reflejada en su mundo. No necesitaba vivir solo en su mundo porque sabía quién era y ya no lo olvidaría. Ella era la princesa perdida, perdida y encontrada que había elegido qué camino tomar. Un camino sencillo, que ella misma labraría siendo quién era, la princesa.
En base a la historia de Anastasia de la película de animación del mismo nombre estrenada en 1997.