El bosque era muy grande y en lo más profundo del mismo los árboles estaban tan juntos que se volvía muy oscuro y tenebroso. A esa zona la llamaban el bosque de la perdición pues nunca nadie que hubiera entrado volvió a salir. Y es que en el corazón del bosque moraba un temible gigante que mataba a cualquier intruso.
Un leñador, harto de sus fechorías, decidió acabar con él. Sabiendo las pocas probabilidades que tenía de salir victorioso, acudió a visitar a un mago para que le ayudase. Este, que también estaba harto, le proporcionó lo que el leñador le pidió. Al verlo partir, rogó a los espíritus de la magia que protegieran a aquel intrépido y valiente joven.

Antes de adentrarse en el bosque, conjuró el hechizo que le había preparado el mago y se transformó en una pequeña y rápida ardilla. Bajo esa forma, y sujetando un pequeño frasco de cristal, se adentró corriendo y brincando de rama en rama hasta el hogar del gigante sin ser visto. Allí, vio el desayuno del gigante y de forma imperceptible volcó el contenido del frasco en su vaso de leche. Volvió a su rama y observó cómo el gigante bebía la leche con el veneno que había conseguido. El gigante cayó muerto sobre la mesa. La ardilla estaba orgullosa por haber acabado con la amenaza del gigante.
Volvió a la linde del bosque para recuperar su forma humana y fue corriendo a avisar a los lugareños de que la amenaza del gigante había desaparecido. Se realizó una gran fiesta en honor al leñador, una fiesta que duró días enteros.
Mientras tanto, el mago, acudió al lugar y comprobó la muerte del gigante. Se sintió aliviado. por fin podría recolectar hierbas y otras plantas para ejercer su oficio.