
Su hermanastra, a la que tanto quería, la había llevado al Salón del Trono de su nuevo castillo. Ella también merecía disfrutar de aquella sala momentos antes de su boda. Estaba esperando, observando los grandes y magníficos cuadros que ocupaban la mayor parte de las paredes. Una puerta se abrió y un hombre entró a todo correr en la sala sin fijarse en la hermanastra de la novia. No disminuyó su marcha, tampoco miró al frente y acabó chocando con la chica.
Iba muy mal vestido y temió que fuera un ladrón. Intentó gritar y pedir ayuda pero aquel intruso le tapó la boca antes de que pudiese articular sonido alguno.
– Ni se te ocurra gritar – dijo con una voz profunda, sumamente atrayente. Poco a poco le fue quitando la mano. – No me has visto, nunca he estado aquí.
No esperó a ver como reaccionaba pues se marchó con la misma rapidez con que había entrado. La muchacha se giró para ver por dónde se había ido y se mantuvo con la mirada fija en aquella dirección. En aquellos breves segundos había sentido un gran magnetismo, sobre todo por aquella voz. Deseó volver a verle, aunque sabía que no iba a ocurrir. Su corazón se había roto antes de empezar.
Al poco rato, vinieron a buscarla, la boda estaba a punto de empezar. Esta se llevaba a cabo en la capilla del palacio. Antes de empezar, fue a ver a su hermanastra. Estaba preciosa con su vestido blanco, su tiara y su velo. Habían hecho una buena elección. Juntas eran genial. La novia notó que algo le ocurría a su hermanastra y le pidió que se lo contase. Ella se negó. No tenían tiempo, la ceremonia estaba a punto de empezar. Sin embargo, le prometió que se lo contaría al día siguiente.
Le tocaba salir la primera como dama de honor. Anduvo por el pasillo central que llevaba al altar. Cuando llegó, vió que al lado del príncipe estaba el hombre con el que se había topado. Estaba diferente, y su ropa antes andrajosa ahora era sumamente elegante. Solo le había visto una vez, y apenas durante unos segundos, pero tenía la certeza que era la misma persona.
Durante toda la ceremonia, no pudo aportar su vista de él. Pero él no la miró. Tenía la mirada ausente y triste. Tras el beso de los novios y su posterior salida, ambos debían formar pareja para salir de la capilla. Entonces se fijó en ella y se sorprendió. Era él y la había reconocido. A la salida, el príncipe les presentó debidamente. Era su mejor amigo, que acababa de llegar de un viaje. Al parecer había tenido una serie de contratiempos y apenas si había conseguido llegar a la boda. Pidió disculpas a la joven por asustarla, no había sido su intención, pero no quería que nadie le viera con ese aspecto, bastante malo había sido encontrarse con ella.
Pasaron toda la noche juntos cenando y bailando todos y cada uno de los bailes. La mirada del joven triste se alegró con la muchacha a la que encontró simpática, natural aparte de bella. Estaban tan ensimismados el uno con el otro que no se dieron cuenta de que los novios se habían retirado. Al volver a la mesa para recoger sus cosas, la chica vió que había un mensaje de su hermanastra, la nueva princesa.
Tú también mereces un cuento de hadas lleno de amor y un final feliz.
Vívelo.
Se giró en dirección a su acompañante que se había ofrecido a acompañarla. Lo iba a vivir. Ella también había encontrado su cuento de hadas.