Ayudando a Aarón

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No sé muy bien cuando entré en esa casa por primera vez. Solo recuerdo que era muy pequeña. No debía pasar de los siete años.

Yo, que vivía en una casa cercana, me sentía atraída por esa casa. La antigua mansión Dadarville o la gran villa del fantasma, como la llamaban los del pueblo, era sumamente grande, hecha por entero de ladrillo. Tenía tres pisos, la planta baja, el primer piso y el ático. Los cristales de las ventanas estaban rotos y las persianas las tenía medio caídas. El viento que daba en ellas las hacía golpear contra la pared o las propias ventanas. Poseía un gran jardín de hierba alta, que no había sido cortada en años. Se encontraba cercado por una valla, que daba a la calle, oxidada por el tiempo y medio caída. Se encontraba abandonada desde hacía mucho y tenía un aspecto de lo mas lúgubre. A pesar de ser una niña tan pequeña no me daba miedo nada, es más, era aquel aspecto tétrico lo que más me cautivaba.

Mi casa no se parecía en nada a la mansión Dadarville. Era un moderno chalet de color rosa palo. También tenía un jardín, pero este era la mitad de pequeño y, en lugar de estar cercado por una valla, estaba vallado por una pared de ladrillo. Las ventanas no tenían las ventanas convencionales, si no que tenían persianas plegables. Y en definitiva la estructura era completamente diferente.

Un día, como otro cualquiera, me levanté. Todo parecía estar en orden. Mi habitación con el escritorio al lado de la ventana, las estanterías llenas de libros de fantasía, aunque yo no los sabía leer en su totalidad porqué los autores usaban un vocabulario complejo pero que, sin embargo, me gustaban por las imágenes. Los posters de hadas, brujos y fantasmas llenaban las paredes sin dejar ver el color beige que tenían. Mi cama se encontraba enfrente de la puerta.

Como siempre, después de levantarme, me dirigí a la cocina donde estaban desayunando mis padres. Mi padre era un hombre corpulento de mediana edad, con el pelo algo revuelto y rubio. Como siempre, iba trajeado. Mi madre era, por el contrario, pelirroja y con hoyuelos en las mejillas. Era una mujer sencilla.

Me senté al lado de la mesa. Todo era normal. Mi madre me sirvió el desayuno, que consistía en un bol de cereales. Al poco rato mi padre se levantó, cogió su maletín negro y se despidió de nosotras. No tardé en terminar y me fui al cuarto de baño a lavarme los dientes y ducharme.

Envuelta en una toalla me volví a mi cuarto. Abrí la puerta del armario y saqué un vestido de estilo chino que hacía aguas en distintos tonos de negro. Después de vestirme me fui a mirar al espejo que tenía encima del escritorio. Mi rojo pelo caía grácilmente sobre mis hombros con unos pequeños bucles. De mi cara morena resaltaban unos pequeños ojos azules, todo el mundo decía que eran muy bonitos.

Sin darme cuenta miré por la ventana y vi una sombra en la ventana. Curiosa por saber de qué se trataba, cogí una pequeña mochila y salí de mi habitación topándome al momento con mi madre.

– ¿A dónde vas M.J.? – preguntó mi madre.

M.J. no es mi verdadero nombre, pero todo el mundo me llama así de forma cariñosa. Mi verdadero nombre es Mary Jane.

-Voy… voy…- no sabía que decir. Si le decía la verdad me castigaría. Además siempre me quedaba en casa a mirar los dibujos animados o a intentar leer mis libros. – Voy a dar una vuelta por el parque.

-Aún eres muy pequeña para ir sola- objetó en tono cariñoso. – Te quedas en casa.

-Pe…pe… pero.

-Nada de peros M.J. Cuando seas más mayor ¿vale?- acabó suavemente.

-Está bien- me conforme.

Volví a mi cuarto. Miré otra vez, pero ya no estaba la sombra, había desaparecido.

– “Pues yo no me quedó sin saberlo”- me dije.

Tenía un problema, no sabía cómo salir sin que mi madre se diese cuenta. Mi cuarto estaba en un primer piso. Entonces tuve una idea fantástica. Una de esas ideas que solo se te ocurren en situaciones desesperadas.

Me fui al cuarto de baño y cogí una bolsa. Volví con ella a la habitación. De ella saqué un montón de lazos para el pelo, los até bien fuerte para que no se deshicieran los nudos. Até esta improvisada cuerda a un clavo que había al lado de la ventana.

Poco a poco y con mucho cuidado, saqué una pierna fuera y después saqué la otra querando sentada en el alfeizar de la ventana. Me agarré con fuerza. Tenía mucho miedo de caerme y matarme. Me fui deslizando y enseguida llegué abajo, para mi alivio. Me apresuré a desatar unas cuantas cintas y me las colgué al cuello.

Al lado de donde había caído se hallaba la ventana que daba a la sala donde se encontraba mi madre a esa hora. Me agaché para pasar y seguí hasta que me aseguré que no me veía. Atravesé la calle muy atenta que no viniera ningún coche.

Al llegar delante de la casa un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me arrepentí de haberme escapado, pero ya no había vuelta atrás. Empujé la verja caída y entre en el jardín. La hierba me llegaba hasta las rodillas y, en algunos tramos, casi hasta la cintura. Con un poco de dificultad llegué a la puerta. La abrí haciendo un fuerte chirrido. Estaba claro que necesitaba un poco de aceite.

Dentro estaba todo muy oscuro, con mucho polvo y sucio. Me adentré apenas unos pasos. En ese momento la puerta se cerró tras de mí. Muy asustada me giré. Al ver la puerta cerrada corrí hacía la puerta y la intenté abrir sin resultado. Me apoyé y me fui dejando caer encogiendo las piernas y abrazándolas. Por mi cara empezaron a caer lagrimas silenciosas.

Sin darme cuenta una luz amarilla apareció delante de mí. Deslumbrada, levanté la cabeza enjaguándome las lagrimas. Vi aparecer de la luz a un muchacho de unos trece años, castaño y con unos ojos que no llegué a ver debido a que estaban enmarcados en unas gafas. Iba vestido con un esmoquin. Lo tenía manchado de sangre que procedía del pecho. Donde se tenía que encontrar el corazón había un agujero muy grande. Era muy tétrico.

Se acercó muy lentamente con una sonrisa en la cara.

– No te vayas. No quiero asustarte- me dijo con una voz muy suave y tranquilizadora. -Quiero hablar contigo. Estoy muy solo desde que me asesinaron.

– ¿A…a… asesinado?- tartamudee.-Y…¿por qué?

-Porqué eres la única niña que cree en esto. La única que sueña con un mundo donde la magia existe. Además, eres muy parecida a mí y creo que me entenderás.

-Entonces… ¿no es para nada malo? – él asintió. Me empecé a tranquilizar. – Bueno y…¿cómo te llamas? Yo soy Mary Jane Lacovich, aunque mis amigos me llaman M.J.

-Yo Aarón Foxme- contestó.

Me levanté y me acerqué a aquel espectro, o lo que fuese. En efecto debía tener trece años. Por detrás, también estaba cubierto de sangre. El agujero le llegaba hasta la espalda. Con más observación, vi que tenía toda la ropa rasgada y que iba descalzo. Pero lo que más me llamó la atención, y que anteriormente no me di cuenta, seguramente a causa del miedo, era que no tenía aspecto sólido, sino que era más de aspecto translucido.

-Bueno, y… ¿de qué quieres hablar conmigo? – le pregunté intrigada.

-Primero quiero que me digas una cosa que me lleva intrigando desde hace mucho. ¿Por qué te atrae todo lo que no tiene explicación?

Esa pregunta no me la esperaba. No lo sabía explicar. Desde hacía mucho que me atraía, pero no recordaba, y sigo sin recordar, el motivo de dicha atracción.

– Bueno pues porque los adultos se niegan a creer cosas que están ahí e intentan buscar soluciones sin entender que están porque si- le intenté explicar. Al ver su cara, me di cuenta que se había quedado casi igual que antes. – Además creer en lo sobrenatural me da fuerzas para hacerles frente cuando me regañan y me encierran en mi cuarto sin poder hacer casi nada. Gracias a esta creencia puedo imaginar historias y no aburrirme. Puedo hacer “viajes” a otros mundos que ellos no saben que existen, sin salir de mi habitación. Los otros niños están embobados con la televisión sin darse cuenta de que hay otras cosas.

Era extraño acababa de abrir mi corazón a un extraño. Le había dicho todo aquello en lo que creía, y creo. Nunca lo había contado por temor a que me tomaran por una rara. Aunque claro hablar con un fantasma no es algo muy normal.

Le miré a los ojos y vi como estos entendían lo que decía. Veía en ellos que era la respuesta que buscaba.

Se acercó más y “puso” sus manos sobre mis hombros.

-Tu eres muy lista para tu edad y eso te hace especial. Eres la adecuada.

Me volví a asustar y retrocedí hasta que di con la puerta.

Le miraba y remiraba cogiendo más miedo, aunque no daba el aspecto de querer perjudicarme.

-No te preocupes, te lo explicare todo y entenderás- me tranquilizó. -Verás hace cincuenta años, yo vivía en esta casa, la más distinguida del pueblo. Un día mis padres hicieron una fiesta e invitaron a las más distinguidas autoridades. Aburrido decidí irme a mi habitación. Quería leer un libro muy interesante que hacía poco me hacía comprado. Mientras iba por el pasillo, pasé por delante del despacho de papá. Vi la puerta del despacho abierta y de dentro salían voces que nunca antes había escuchado. Me acerqué y aquel fue mi gran error. Dentro vi dos hombres, ambos enmascarados, y estaban revolviéndolo todo. Miraban en los libros, en los cajones…Sin pensármelo dos veces entre dando un portazo. La verdad es que era un muchacho atrevido y muy arrogante.

– ¿Qué hacen ustedes aquí? – les grité.

Ambos me miraron. Uno de ellos sacó, de su gabardina, un cuchillo. Instintivamente me fui hacía atrás. Quería bajar corriendo y gritar que estaban robando. Pero el otro me cogió por detrás y me tapó la boca. El sujeto con su arma se acercaba cada vez más. Yo trataba en vano de zafarme del otro. Me clavó el cuchillo en el pecho y eso es lo último que recuerdo. Cuando desperté me vi convertido en lo que ves. Supongo que la gente huyo al ver mi cadáver olvidándose de recoger.

Yo lo miraba atónita. Aún después de escuchar la historia, no sabía para que me necesitaba.

-Bueno la verdad es que la historia que me has contado es realmente terrorífica – al borde de las lágrimas. – Pero eso no me explica que pinto yo aquí.

Le miré con ojos suplicantes.

-Vale. Resulta que estoy condenado a vagar por este mundo debido a la violenta e inesperada forma en que me mataron. La única forma en que de librarme de esta condena es encontrar, en mi caso, los documentos que buscaban mis asesinos. El problema es que yo solo no puedo necesito tu ayuda.

-Y, ¿cómo los voy a encontrar?

-No lo sé.

– “Pues vaya”- pensé.

-Pero tú tienes ese don y sé que lo encontrarás.

-De acuerdo. Vamos.

Aarón me condujo hasta el despacho de su padre. Como mi compañero brillaba podía ver por dónde iba. Durante mi trayecto pude observar que le escalera estaba llena de telaraña. El suelo del piso estaba muy deteriorado, a cada paso que daba el suelo crujía bajo mis pies. El despacho se hallaba casi al final de pasillo. Entré.

Estaba muy desordenado, más de lo que me imaginaba. La mesa, en el centro de la habitación llena de papeles al igual que el suelo. Las paredes no se veían debido a que las estanterías estaban por toda la pared. Solo algún pedazo se veía porque el espacio lo ocupaba algún cuadro.

-Será mejor que empecemos a buscar Aarón.

-Si

Lo primero que hice fue acercarme a la mesa. Cogí unos cuantos papeles los coloqué y empecé a hojearlos. No parecía que tuvieran algo relevante. Cuando los fui a dejar se me cayeron al suelo. Los fui a recoger y vi un papel de lo más extraño. Estaba rasgado por dos de los bordes.

-Aarón, mira esto- le dije mostrándole el papel. – ¿Qué es lo que pone?

No lo sabía leer. Estaba escrito en un dialecto que ya no se usaba.

Se lo estuvo mirando durante unos minutos. Fruncía el ceño. Lo miraba muy atento. Levantó la mirara y me miró.

-Aquí pone que el tesoro robado del conde Arfon está encerrado en su documento más valioso.

-Y eso, ¿qué significa? -pregunté. No había entendido absolutamente nada.

-Bueno mi padre era millonario y adquirió propiedades que valían mucho dinero y alguna que otra obra de arte.

Me puse a pensar sentada en la mesa. Miré por todos lados y mi vista enseguida se clavó en un punto de la habitación. Me acerqué y lo observé durante unos instantes. Automáticamente me giré a mi compañero.

– ¿Este cuadro era de ese conde por casualidad?

-Si creo que sí, lo recién acababa de adquirir- me contesto sin saber qué importancia tenía.

Le sonreí.

– ¿Sabes? Era esto lo que buscaba-por la cara que puso no. Era evidente que creía que se trataba de una broma.-Si te fijas te darás cuenta. Todo lo dorado y plateado que hay en él es en realidad oro y plata. El marco también es de oro y con piedras preciosas incrustadas. Lo que pasa es que con el tiempo han perdido brillo.

-Entonces, ¿era esto lo que estaban buscando? -pregunto atónito. Asentí. El empezó a reír. -Lo tenían delante de sus narices y no se dieron cuenta.

El seguía riendo como yo. Poco a poco su risa empezó a sonar distante. Le miré y vi que estaba empezando a desaparecer.

-Gracias M.J. Gracias por librarme de esta condena-se despidió y desapareció

Me quedé sola. De nuevo un escalofrío recorrió mi cuerpo. Salí del despacho muy despacio. Volví a recorrer el mismo camino de antes, solo que esta vez iba sola y a oscuras.

Al salir a la calle vi un montón de coches patrulla delante de mi casa. Atravesé la calle corriendo. Mi madre, que estaba hablando con un policía, me vio y se acercó corriendo.

– ¿Dónde te habías metido Mary Jane? ¿Hemos estado muy preocupados? – me dijo al borde del llanto. – No estabas en tu habitación y tampoco en el parque.

-Bueno he estado en la mansión Dadarville.

-Pues no te vuelvas a acercar mañana la derrumbaran.

Mi madre me siguió hablando, pero no la escuchaba. No podía creer lo que me estaba contando. Con los ojos llenos de lágrimas miré la mansión y se me encogió el corazón. Ahora entendía porque me había llamado. Él lo sabía y quería descansar en paz de otro no lo habría conseguido nunca.

-Ahora vete a tu cuarto y no salgas hasta nueva orden- me ordenó. Ella nunca se portaba así conmigo, por lo que supuse que estaba muy enfadada.

– ¿Por qué?, ¿por qué la destruyen?

-Porque es muy antigua.

No volví a preguntar más y subí a mi habitación. Estuve encerrada todo el día. Al día siguiente observé como derrumbaban aquella casa. Era como si miles de cuchillos se clavaran en mi corazón. Resultaba irónico, me sentía unida a ella habiendo estado apenas un par de horas. Ahora ellos, los adultos, la destruían en cuestión de minutos.

No lo entendía los adultos dicen que hemos de conservar nuestra historia, pero lo único que hacen es borrarla. En cambio, nosotros lo niños sí que lo conservamos o lo conservan porque yo ya no soy una niña. Pero los niños es verdad que aprecian más las cosas.

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