
Recuerdo como si fuera ayer, la emoción que sentía cuando llegaba la mañana de Reyes. La noche anterior me había ido a dormir tras ver la Cabalgata de Reyes, no recuerdo si era en Palma, Binissalem o la de Madrid por televisión. Tenía muchas ganas de que llegara la mañana siguiente.
Apenas si dormí esa noche y ya estaba despierta a las 7h de la mañana. Yo quería levantarme pero era demasiado temprano. Di una vuelta un lado, luego otra al otro lado, me puse boca arriba y volví hacia un lado. Entonces me fijé en las sombras que aparecían en la puerta y que debían reflejar la sala, dónde estaba el árbol. Al principio todo estaba bien, entonces vi la sombra de tres cabezas con coronas… No me lo podía creer, los Reyes Magos estaban en casa en ese preciso momento. Qué emoción.
Quería levantarme y espiarles, pero no podía, ¿y si cambiaban de opinión y me dejaban un pedazo de carbón? Ya no me pude volver a dormir, ¿ y quién podría? Me quedé observando las sombras en la puerta hasta que, al cabo de un rato, desaparecieron.
Ya casi era una hora decente, y como buena niña esperé un poco más. Cuando el reloj más corazón 8h, no pude quedarme más en la cama y salté para despertar a todos en la casa. Al llegar a la sala, bajo el árbol de Navidad, había un montón de regalos para todos. Y que si no, después de todo había visto a los Reyes Magos.
Ese día fue la mañana de Reyes más feliz y emocionante de toda mi vida.
Como prometido, aquí dejo mi aportación para el ejercicio Anécdota navideña. Espero que os guste.