
Sus súbditos estaban tristes después de que les robasen la ocarina mágica que siempre tocaba música. Sin ella, incluso había desaparecido el sueño, ese reparador sueño que todos necesitaban. No podían continuar así. Nereo Neptus, gran rey del mar, debía recuperar la ocarina. Nadó y nadó por los siete mares sin éxito, sin que nadie la hubiera visto. Solo le quedaba acudir a Tierra Firme.
Cuando salió del mar, se dirigió a los pueblos costeros hasta que dio con ella. Una bella joven la tocaba, una joven que hacía bailar la música que de ella salía, una música mágica, como la ocarina. Esperó a la noche para recuperar la ocarina, pero no halló ni a la joven ni a la ocarina. A la mañana siguiente la vio aparecer en la linde del bosque, surgiendo de entre las rocas, de dentro de la misma ocarina. Ella era la famosa genio que vivía atrapada en la ocarina.
Nereo se acercó y le suplicó que volviese a su reino, con él, pero ella se negó. Por fin era libre, y había llevado la música que amaba a Tierra Firme. No podía volver hasta que hubiera llevado la música a todos los rincones del planeta. Nereo se mostró abatido, era su última esperanza para salvar al reino del mar. Sin embargo, la genio que tenía un corazón de oro, le creó una bella arpa mágica que devolvería la felicidad y la vida a los siete mares hasta su vuelta.
Nereo cogió su regalo que prometió proteger de cualquier mal, para después volver a su reino, que pronto volvió a ser el que era.
Pasaron los años y ni la genio ni la ocarina volvían. El rey estaba cansado, muy cansado, dispuesto a admitir la llegada de la muerte. Entonces, oyó como a la melodía del arpa se unía otra muy distinta, una que no había escuchado desde hacía años. La ocarina, había vuelto, por fin. Ahora si que podía descansar. Cerró los ojos y con la melodía del arpa y la ocarina se dejó llevar hasta el Hades.