Aprendiz de mago

El aprendiz de mago había acudido a la sede de los magos en busca de un antídoto para aquel elaborado veneno que estaba matando muy lentamente a la princesa. Pidió ayuda a los más grandes sabios de la orden, no conocía el antídoto, los sabía incluso que decían que era imposible que algo así existiese. Pero Marlock no se rindió. 

Fue a la biblioteca a investigar más y mirar incluso de crear él mismo el antídoto. Mientras leía los gruesos libros y tomaba apuntes, se le acercó una mujer anciana pidiéndole que la siguiese pues tenía la solución a sus problemas.

Marlock la miró curioso. ¿Qué hacía esa mujer ahí? La sede de los magos y la magia en general era solo para hombres. ¿Acaso estaba diciendo la verdad?

Pensó en la bella princesa de su reino y en cómo la había visto por última vez en la cama, descansando, después de que ningún tratamiento funcionara. Ella, Lisset, la más bella del reino, la más amable, simpática y bondadosa… No podía dejar que muriera y si esa mujer tenía la solución, debía conseguirla.

La siguió por la biblioteca, esperando que se dirigiese a la salida, pero no lo hizo. Caminó entre las estanterías hasta llegar a un estrecho rincón dónde abrió un pasadizo secreto por el que desapareció. ¿Desde cuando la sede contaba con pasadizos secretos? ¿Por qué nunca nadie se lo había dicho? No tenía tiempo para pensar, apenas si veía ya a la anciana, por lo que Marlock se apresuró a seguirla por los túneles tenuemente iluminados por antorchas colgadas en la pared. 

Tras andar unos 5 minutos, la anciana se detuvo y abrió una pared que daba al exterior. Allí, muy cerca de la salida, había una pequeña cabaña a la que se dirigió la mujer después de comprobar que Marlock la seguía.

La casita estaba llena de todo tipo de objetos y, en el centro de la estancia, hacía un gran fuego con un caldero encima. Marlock estaba asombrado. Toda la casa parecía tener algo de magia. ¿Cómo era posible? Fue a preguntarle pero la mujer estaba muy concentrada buscando entre los arrestados estantes mientras murmuraba algo ininteligible. Cuando al fin encontró lo que buscaba, gripo con júbilo asustando al aprendiz de mago que estaba observando el caldero, tratando de averiguar qué contenía.

– Aquí tienes el antídoto para el veneno – le dijo la anciana tendiéndole un frasco con un líquido lilaceo.

– ¿Pero si no sabe qué veneno era?

– Te he estado observando y sé exactamente qué veneno es. Yo tengo todas las curas para todo tipo de venenos…

– Pero, ¿cómo? sólo los magos pueden crear esos antídotos.

La mujer bufó…

– ¿Y qué piensas que soy? Soy una bruja, de las pocas que quedan que sepan usar la magia después de que esos tarados prohibiesen a las mujeres hacer magia… 

“Escúchame bien, el antídoto tiene un precio y es que, cuando la princesa Lisset se cure, vendrás aquí a aprender magia, mi magia, una magia que se está perdiendo… También tienes que prometerme que llegarás al Consejo de magos y abolirás la ley que prohíbe a las mujeres usar la magia.

Marlock lo prometió. Si curaba a la princesa Lisset, haría cualquier cosa. Partió de nuevo al reino con el frasco del antídoto muy bien protegido. Cuando llegó, no se entretuvo y subió al cuarto de la princesa. 

Lisset se empezó a recuperar poco a poco y en apenas un mes ya estaba completamente restablecida. Ella  agradeció a Malrock haber encontrado el antídoto y pidió a su padre que lo nombrara mago real. Pero él no aceptó, debía cumplir su promesa de volver a ver a la bruja para estudiar su magia. Lisset se entristeció mucho pero prometió que lo esperaría.

Así, Marlock fue a estudiar con la bruja, cumpliendo su promesa de llegar al Consejo de magos. Como gran mago y consejero, Marlock abolió la prohibición y las brujas pudieron volver a estudiar magia. Lisset, por su parte, le esperó hasta que Marlock estuvo seguro de poder estar con ella y ambos se casaron y vivieron felices.