
La vio acercarse al hotel, nadando a gran velocidad. Bajó hasta la cala, a su encuentro. Ya no la veía, la había oído. Ahora ella jugaba con ventaja. Se paseó por la orilla, pero seguía sin verla. Solo le quedaba echarse a nadar, era lo último que quería, entrar en su territorio pero si no había otro remedio… Antes de que pudiese entrar ella le tiró al agua le dio un beso y le permitió nadar con ella.
Estaban felices cuando aparecieron los soldados del rey que le detuvieron y escoltaron hasta el palacio donde un enojado Neptuno ordenó borrarle la memoria entre las lágrimas de la sirena. Sin recuerdos, sobre el mundo marino, le llevaron de vuelta a su hotel, a su habitación 206.
Se despertó desconcertado. Tenía un gran dolor de cabeza. Pensó que sería por alguna copa de más tomada en el bar. Salió al balcón que daba al mar para tomar un poco el aire. La superficie estaba en absoluta calma, perfecta para salir a navegar en su barco.
Después de desayunar se acercó al muelle del pueblo para salir a navegar. El viento le acariciaba la cara y le aclaraba las ideas. Todavía no había perdido de vista la costa cuando detuvo su embarcación. Ahí estaba bien ni demasiado cerca, ni demasiado lejos. Se tumbó en la proa con su flauta para empezar a tocar una melodía. Tocó todo el día, parando únicamente para comer y contemplar un poco el mar.
– Empezaba a atardecer cuando sintió una salpicadura. Se acercó a estribor y allí estaba ella, su sirena.Ya pensaba que no venías – rió al acercarse a estribor.
– No fue fácil salir de la vigilancia de mi padre – se excusó sentándose en la cubierta. – Además, por un momento pensé que había surtido efecto el hechizo.
Él rió más.
– Por supuesto que no, es lo que se tiene ser mitad y mitad. No me afectan los hechizos del mar, aunque no pueda respirar bajo el agua – dijo mientras la tomaba del mentón y la besaba. – Venga vámonos a tierra firme, antes de que Neptuno nos encuentre otra vez.
Así, el joven levó ancla y volvió de nuevo al embarcadero con su sirena. La ayudó a desembarcar, pues no tenía demasiado controladas las piernas que usaba en tierra, y se fueron juntos al hotel. Allí, el joven recogió todos sus enseres y con la sirena de la mano se alejaron del mar.