
Sabía que su madrastra era terriblemente infeliz. Hacía muchos años que le habían obligado a abandonar su esencia de hada para ser humana. En un principio, pensó que su parte la ayudaría pero se equivocó, descubriendo que había ayudado a encerrarla en esa forma mortal. Ella estaba más que decidida a ayudarla porque creía en la magia, porque quería cumplir esa promesa que su padre rompió.
Así, la joven Anne se puso a buscar la llave del baúl dónde guardaban la esencia feérica de su madrastra. Buscó y buscó por toda la casa y por todo el pueblo, pero no pudo encontrar la llave, así que decidió acudir a la ciudad. Allí entró en cada tienda hasta que en un diminuto y oscuro escaparate vio una diminuta llave que hacía juego con el baúl.
Volvió con ella a casa, enseñándosela a su madrastra. Esta se emocionó mucho al verla y entre ambas, abrieron el baúl. Allí, en forma de bola de luz brillante, estaba la esencia feérica de la mujer. Esta la cogió entre sus manos y la bola de luz la envolvió, transformándola en su auténtico ser, una hermosa hada que volvía a ser feliz.
Por la ayuda recibida, le prometió a Anne que cuidaría de ella, que la vigilaría desde su mundo y que, si alguna vez la necesitaba, ella acudiría, pues desde ese momento se había convertido en su hada madrina, de ella y de toda su descendencia. Se abrazaron fuertemente y se despidieron hasta otro día.