
Erase una vez en un lejano y magnifico palacio todo el mundo vivía muy triste después de que la gran señora, amantísima esposa y madre falleciese a causa de unas altísimas fiebres. Se llamó a grandes médicos y curanderos que no pudieron hacer nada con ninguna de sus medicinas o pociones.
Pasó algún tiempo y el gran señor del palacio volvió a casarse con una gran mujer, amable y buena. Su marido la adoraba y sus hijos también. Con ella regresaron las fiestas al gran palacio, pero no solo las fiestas, también volvieron los bailes, los juegos, las partidas de caza… Vida, ahora el palacio volvía a rebosar vida y alegría.
Pero un día la guerra llegó al país y todos los hombres debieron partir para luchar. Las fiestas cesaron, la alegría se esfumó y el palacio… El palacio pronto quedó despojado de su antiguo esplendor quedando poco a poco en ruinas. La madrastra y sus hijastros se trasladaron a una casita mucho más modesta a la espera del fin de la guerra. Esperaron cultivando la tierra, esperaron trabajando en el pueblo…
La guerra terminó y volvieron a esperar que el padre y esposo volviese. Esperaron mientras las estaciones cambiaban. Pero su espera fue en vano. Él había muerto en una cruenta batalla y nadie jamás llevó la noticia de su deceso.
Los niños crecieron y se casaron, ella envejeció y siguió viuda, todavía esperando que algún milagro le trajera de nuevo a su esposo.