
El valiente rey había partido a un largo viaje por todo su basto reino. Con él viajaba un gran grupo conformado por sus soldados y numerosos cortesanos. Llevaban mucho tiempo viajando cuando llegaron a un siniestro bosque que gozaba de muy mala fama entre todos los habitantes del reino. Aunque era el camino más corto hasta su siguiente destino muchos se negaron a atravesarlo. Pero el rey no se iba a echar para atrás. Unas simples ramas y algo de oscuridad no le iban a detener. Solo unos pocos le siguieron hacía el interior del bosque mientras prometían rehacer el grupo en el siguiente pueblo.
Sin embargo ninguno de los dos grupos llegó jamás a su destino. El grupo que iba por el camino largo, bordeando el bosque, fue asaltado por unos terribles bandidos que les tendieron una trampa mortal. Nadie sobrevivió. En cuanto al grupo que atravesaba el bosque acabó cayendo en unas terribles arenas movedizas de las que ninguno logró salir.
Y así el pueblo quedó protegido y oculto de la indeseada visita de aquel valiente rey y su séquito. Por que el soberano no era un buen gobernante y todos de él alguna vez quisieron escapar, más solo aquel pueblo pudo aunar la magia y la fuerza para que de aquel grupo no quedase ni rastro y ningún culpable pudiese hallarse.