
Erase una vez una reina que había sido encerrada en la más alta torre de su castillo. Su crimen había sido amar demasiado a su marido infiel y pedirle cuentas por todas sus aventuras. El rey, cansado de ella y de sus quejas buscó deshacerse de ella sin matarla, pues ¿qué pensaría su pueblo? Y es que el rey nunca la había amado.
Sola y atrapada y sin nada que hacer, buscaba desesperada la llave que el abriera las puertas de su cárcel de oro. La buscaba y también trataba de crear una nueva. Pero la reina nunca había sido demasiado habilidosa. Cansada y aburrida, miraba por su ventana a los pájaros voladores y soñó que ella también podía volar. Soñaba que volaba con unas grandes alas de tela y plumas que la sacaban de su torre devolviéndola la libertad.
Entonces cogió hilo, aguja, tela y plumas para confeccionar sus preciadas alas. Cuando las tuvo listas, practicó por toda la torre hasta que, una vez había aprendido a volar, abrió las ventanas de su torre y huyó al cielo azul.
Dejó de ser la reina en un reino más sobre al tierra para convertirse en la reina de todas las aves bajo el firmamento.