
Hace mucho, mucho tiempo en un tranquilo y apacible valle que existió una gran mansión con un enorme y cuidado jardín. En ella vivía una joven pareja que se acababa de casar. Estaban muy enamorados. Él era su sol y ella era su luna. Nunca jamás discutían ni tampoco alzaban la voz aunque se tuvieran que decir algo con urgencia en aquel inmenso lugar que era su hogar. Por eso, cuando un día un paseante les oyó gritar se asombró mucho y se acercó a ver qué pasaba, tal vez se tratase de una emergencia.
Cuando entró en el jardín se sorprendió al verles discutiendo. Era una pelea absurda, la más tonta que jamás había escuchado. Al parecer uno de los gatitos se había subido al techo del cobertizo y habían colocado una escalera para bajarlo. El pobre gatito estaba muy asustado y él, con las prisas, no había colocado bien la escalera y cuando fue a subir se cayó. Ahí empezó la discusión.
Ella le llamó inútil por no poner bien la escalera, él la respondió que era ella la que le estaba estresando. Poco a poco la pelea se fue haciendo más y más grande, olvidándose de su amor. Se soltaron todo lo que habían callado durante todos esos años. Cada minucia que les sacaba de quicio, cada pequeño error que habían cometido fue convertido en leña que echar a ese fuego que era la discusión. También se olvidaron del gatito que tuvo que ser rescatado por el curioso transeúnte. Al verle en su propiedad dirigieron toda su furia contra él que salió huyendo con el gatito todavía en brazos.
Esa fue la primera de muchas discusiones que acabaron por romper su amor. A consecuencia de ello, la cas fue vendida a un promotor que la derrumbó junto con su jardín para crear una urbanización. El matrimonio, ya divorciado, no volvió a encontrarse más, tampoco se volvieron a casar o enamorar. El amor les había hecho un fabuloso regalo que rompieron por una tontería y ya no quiso volver a visitarles.