
El ladrón de las mil caras
Erase una vez una gran y bulliciosa ciudad en la que cada año se celebraba una gran competición de tiro con arco. Este torneo era uno de los más famosos de todo el reino y de los reinos aledaños. Gente de toda clase acudía año tras año para verla, para comerciar y por supuesto para mostrar su habilidad con el arco y la flecha.
Sin embargo, no todos los que llegaban a la ciudad lo hacían con fines nobles no, por supuesto que no. Muchos ladrones, rateros y embaucadores de todo tipo llegaban camuflados entre el gentío, pero ninguno de ellos era tan famoso y escurridizo como el ladrón de las mil caras, el criminal más buscado y misterioso de todos los reinos conocidos.
Los guardias de las cinco puertas estaban alertados de su posible llegada a la ciudad pues aquella competición era una parada anual obligada en su lista de interminables objetivos. Pero estaban en desventaja pues no conocían de él más que su nombre de ladrón y su famosa firma, una gran eme con una cara escondida en ella. Había quien decía que era una mujer joven, otros que era una anciana, también se decía que era un hombre corpulento pero todos eran simples rumores basados en sombras en la noche, en un cabello…
El ladrón observaba a los guardias desde dentro de las murallas, habían sido fáciles de burlar una vez más. Solo había que saber qué era lo que querían ver. Se alejó de la puerta internándose en la gran ciudad mientras planeaba su siguiente o siguientes golpes. Todavía no sabía qué iba a hacer. Durante los primeros días estudió atentamente las grandes mansiones, sus propietarios habían realizado nuevas y maravillosas adquisiciones. Era difícil decidirse pero empezó a realizar su lista.
- El duque X había conseguido un raro y valiosísimo jarrón de jade.
- A la princesa A le habían regalado un colgante con un gran diamante procedente de las minas de los enanos.
- El vizconde Y se había hecho con la mano de Midas.
Estos serían los objetivos, tres casas, tres tesoros. Se dispuso a trazar su plan mirando la seguridad, los planos de las casas y la ubicación de cada uno de los objetos que pensaba robar. Con su arte para la mimetización y la embaucación pronto tuvo toda la información que necesitaba para dar el gran golpe del año.
Esa noche hizo todos los preparativos y puso en marcha los robos. Primero entró en la mansión del duque X haciéndose pasar por un simple repartidor nocturno que entró a dejar unos paquetes y se llevó un jarrón de jade como pago. Después acudió a la fiesta de la princesa A camuflada como una simple dama de compañía que no tuvo problemas en moverse por la casa y coger el colgante. Por último, se hizo pasar por un guardia armado que tomó el relevo de un compañero y que durante la ronda encontró la mano de Midas y se la escondió bajo la capa mientras daba la voz de alarma.
Con el botín en sus manos cambió una vez más su aspecto, haciéndose pasar por una anciana fea y desvalida en la que nadie se fijó como posible sospechosa y a la que incluso ayudaron a cruzar las puertas de la ciudad rumbo a su chabola en el campo.
Lejos de las murallas y de la vista de cualquier curioso, recuperó su forma original de dragón que alzó el vuelo para llevar esos preciados objetos junto al resto de tesoros que escondía en su cueva, en las profundidades de la tierra.