
Corazón roto
Erase una vez un guardia de palacio que atravesó el bosque encantado en busca de la anciana bruja que arreglaba todo con sus pócimas. No había sido fácil llegar pues la señora había colocado multitud de trampas para asegurarse que sólo los que realmente valían llegasen hasta ella. Y allí se encontraba él con la ropa hecha jirones y diversas magulladuras por haber atravesado unas zarzas gigantes y espinosas. También estaba sucio tras haber sobrevivido a las arenas movedizas, un brazo lo tenía roto por no haber visto el terraplén frente a él mientras era perseguido por una manada de lobos que, afortunadamente, dejó atrás. Ya no tenía fuerzas para tocar a la puerta pero, afortunadamente, la bruja conocía su presencia y le abrió la puerta invitándolo a pasar.
—Y bien, ¿qué te trae por aquí? – preguntó mientras le servía un caldo humeante y nada apetitoso.
—Vengo…—empezó pero el cansancio tampoco le permitía hablar.—Vengo a que me cure el corazón roto—dijo muy lentamente mientras se bebía el caldo, no había que enfadar a la bruja. El caldo sabía casi tan mal como su aspecto pero milagrosamente le sanó sus heridas y su brazo roto.
—¿Quieres que te cure tu corazón roto? Lo siento pero no puedo.
El guardia sintió que todas sus esperanzas se desvanecían con la negativa de la bruja.
—No puedo curar algo que está sano. Solo llegar hasta mí implica que tu corazón es fuerte, que eres un hombre muy valiente y decidido que puede con cualquier obstáculo.
—Pero…Pero…
—Nada de peros. y ya que estás aquí haz algo útil. Todos venís exigiendo algo de mi pero nadie me ayuda— se quejó con muy mal humor.
—Claro señora, faltaría más— trató de disculparse el guardia.
—Lleva este caldero hasta la casita, Kitty sabrá qué hacer.
La petición era muy extraña. Habría pensado en llevar el caldero al fuego pero no hasta la casita de muñecas y quien era Kitty, ¿un gato? No había visto ninguno y juraría que estaban solos. Aún así cogió el pesado caldero que había en el centro de la sala y lo acercó con curiosidad a la casita de muñecas. Aunque más que una casita, parecía más un castillo en miniatura con sus numerosas torres, su foso incluso tenía establos de los que salía un tenue pero feroz rugido. Ahí había dragones en miniatura. Pegó un grito al tiempo que se caía al suelo. La bruja, le ignoró, pero no así un diminuto ser que salió de las caballerizas. o sería más correcto decir las dragonerizas. Se trataba de un hada, una poco grácil y agraciada como siempre, pensó que serían pero no podía decir nada, no estaría siendo educado. Además, el aspecto de las hadas solo eran rumores, y debía añadir que algunas grandes y maravillosas mujeres que conocía no siempre eran consideradas grandes bellezas. La hadita, ignorando al guardia, lanzó sus polvos de hada sobre el caldero y volvió a los establos a cuidar de los dragones. El guardia se había quedado ensimismado mirando la casita, la bruja, al verle tan abstraído cogió ella misma el caldero para llevarlo de vuelta al hogar.
El hombre se quedó unos minutos mirando aquella casita y los establos de dragones por donde había desaparecido la hadita. Entonces se dio cuenta de que él no tenía el corazón roto, solo se había sentido decepcionado e incluso traicionado por una mujer que no lo merecía. También recordó que en los establos de palacio había una mujer muy fuerte y valerosa con la que solía hablar a menudo y que le recordaba mucho a Kitty. De hecho había sido esa mujer la que lo había animado a visitar a la bruja. Al entenderlo, se despidió lo más rápido que pudo de la anciana bruja para emprender el camino de vuelta al reino. Este no fue ni mucho menos tan largo ni árduo como la ira y en apenas unas horas, hacía el atardecer estaba ya en las puertas del palacio. La muchacha salía acompañada por otros mozos y mozas de cuadra. Al verla muy animada con ellos pensó en saludarla y hablar con ella al día siguiente pero ya había sido visto. La joven le sonrió, tomándole de la mano para que les acompañase y juntos emprendieron el camino al pueblo.