
La cabina de historias
La vieja caseta se encontraba destartalada, las puertas ya no cerraban, el teléfono ya no tenía línea y por supuesto ya nadie se paraba a usarla. Había quedado obsoleta con la aparición de los teléfonos móviles, había quedado abandonada y olvidada en medio de una calle oscura y estrecha. Aunque ella no había podido olvidar ninguna de las conversaciones de las que fue testigo. Algunas fueron conversaciones alegres, otras estaban cargadas de tristeza, unas daban malas noticias pero también había escuchado algunas de muy buenas.
Podría pensarse que estaba acabada, que solo esos recuerdos no significaban nada, pero no era cierto. Entre sus ruinas todavía tenía espacio para cobijar a los perros y gatos callejeros, para que los pájaros hicieran sus nidos… y a ellos les contaba sus recuerdos, las conversaciones perdidas de los humanos. Y los animales escuchaban atentamente para después contar sus aventuras. Y así cada uno fue haciéndose rico en historias.
Un día, los técnicos del ayuntamiento desmantelaron la vieja cabina y se la llevaron al desguace. Allí conoció a otros inquilinos, a otras cabinas y a otros aparatos que también contaron sus historias. Y ahí, entre chatarras e historias lograron crear un libro que un viejo fax envió a una editorial. Él libro fue un éxito de autor anónimo y aunque con el tiempo la cabina también perdió el recuerdo de las conversaciones, estás ya no caerían en el olvido.