
Cabrer
Érase una vez en las lejanas y altas montañas de Saphir, que vivía un dragón de relucientes escamas color esmeralda como sus ojos. Se llamaba Cabrer pues, había sido criado por un rebaño de cabras. Aunque las quería mucho, tuvo que dejarlas, pues la llamada de la sangre era más fuerte que su amor por ella.
Voló en busca de un tesoro que pudiera proteger y muy cerca del rebaño que lo crió, encontró uno repleto de joyas. Resultó ser el escondrijo de unos despiadados ladrones a los que ahuyentó, echó de las montañas. El tesoro era suyo.
Desde entonces vivió en aquella gruta completamente solo, salvo por la visita ocasional de alguna cabrita pues todavía se preocupaban por él. Sin embargo, no eran suficientes para Cabrer así que, habiendo dejado al perro que protegía las cabras al cuidado de su tesoro, alzó el vuelo para ir al país de los dragones. Voló alto, hasta las lejanas montañas de nubes sin encontrar nada. Sería mejor volver a su cueva, pero antes se tumbó a descansar.
Al abrir los ojos, Cabrer volvía a estar en el prado con las cabras, con su perro al lado. Qué sueño más extraño que había tenido, aunque hubiera estado bien ser un dragón. Empezaba a anochecer y era hora de bajar al pueblo con las cabras. Era la parte del día que más odiaba junto con la de ir a recogerlas por la mañana. Y es que en el pueblo tenía que soportar las burlas de otros chicos y chicas de su edad por el trabajo que hacía.
Cuando cruzaba el puente que llevaba al pueblo empezó a oír música. Era la Feria de verano. Se había olvidado. Ese era un motivo más para no acercarse al pueblo, pero tenía que entregar a las cabras. Al llegar al otro lado, vio a su padre, parcialmente recuperado, que le relevó por esa tarde de entregar las cabras. Feliz acudió al baile, donde ningún chico se burló de él al no estar rodeado de cabras .Esa noche bailó y se divirtió como un chico más, aunque en sus sueños volvió a imaginar que era un poderoso dragón.