
El guardián del tesoro
La llegada del duende alguacil calmó los nervios de los congregados al tiempo que les entristecía. En un pueblo lejano, los habitantes del lugar habían atacado la guarida de una poderosa dragona y la habían matado. Se hicieron con el tesoro pensando que serían ricos pero un tesoro robado a un dragón vivo o muerto trae consecuencias y a ellos les llegó en forma de locura. Temerosos de que les robaran su parte acabaron unos con otros más tarde o más temprano. Aquellos que había encontrado Lamia en el bosque debían ser los últimos…
Muchos se preguntaron qué debían hacer con el tesoro y el pequeño dragón recién nacido, pues ninguno quería acabar loco o quemado. En ese aspecto el enano alguacil no tenía nada que decir. Él solo se encargaba de crímenes, robos o delitos similares, los entresijos de tesoros y dragones estaba lejos de su competencia. Por fortuna Lamia si era conocedora de estos conceptos.
— Con su madre muerta, esta parte del tesoro le pertenece a su hijo. Si se lo robamos, caerá sobre nosotros la maldición — habló con voz melodiosa la fénix.
Todos miraron al poderoso y pequeño dragón enroscarse alrededor de la fénix quien le abrazó con sus alas para que guardase el calor. En realidad no tenían necesidad de un tesoro, eran animales y el leñador nunca se había mostrado avaricioso, el bosque y la cordura del mismo estaría a salvo. Y entre Lamia, la magia del bosque y el pequeño dragón nunca tendrían nada que temer.
Continuará…