El reino de Lobera – 7 – El desierto de la soledad

Siriel atravesó el inmenso desierto de la soledad bajo un sol abrasador que la obligó a quitarse su armadura. Cabalgaba lentamente pero sin descanso pues no podía pararse demasiado o se quedaría sin agua. A la mitad del recorrido, se ocultó tras las rocas a la sombra tuvo una gran montaña para evitar que el sol la quemase durante el mediodía. Se acomodó e intentó dormir. A causa del inmenso calor, apenas había logrado caer en un profundo sueño cuando el suelo empezó a temblar.

Se asomó por uno de los huecos para ver llegar a una giganta que llevaba un gran ramo de flores. Estas, evidentemente, eran de tamaño gigantesco como ella misma. La giganta se quedó al lado de la montaña, dejando las flores en el suelo. Se sentó a su lado y empezó a hablar con la montaña.

Estando tan abajo, Siriel no era capaz de entender nada de lo que decía, por ello empezó a escalar por la escarpada montaña. A medida que ascendía, observó que era una montaña que presentaba unas formas muy extrañas, aunque no era capaz de averiguar el motivo. Ascendió durante una hora hasta que empezó a entender el monólogo de la giganta.

—Las gardenias han vuelto a florecer, lo mismo que los lirios y las orquídeas… Me alegra haber seguido tu consejo. Es lo único que me queda de ti…

¿Acaso la giganta estaba loca? Hablaba a la montaña como si fuera otro gigante. Era eso o el calor la estaba afectando y en lugar de ver visiones oía cosas.

—Incluso te he traído un ramo para que las veas.

La giganta levantó el ramo y lo acercó a la montaña, muy cerca del lugar donde se encontraba Siriel. Algo de polen amarillo cayó sobre la caballera que estornudó fuertemente. La giganta acercó su cara hasta el lugar donde se encontraba. Había sido descubierta.