
El primer fénix
Érase una vez un pequeño pajarillo que se moría de frío. Ese año no había podido emigrar con sus congéneres a un lugar más cálido por culpa de un ala rota. No tenía donde cobijarse de las heladas que empezaban a llegar. Aprovechaba cada rincón para entrar en calor, cada montón de hojas secas encima de las altas rocas…
Durante un atardecer, mientras buscaba un lugar donde guarecerse, vio a lo lejos un brillo anaranjado que titilaba como el fuego. Con timidez, se acercó volando bajo hasta un pequeño claro donde un espíritu de fuego luchaba por sobrevivir en una tierra llena de roca y contra un viento que le quería apagar.
Al verse igual de desvalidos, se pusieron a hablar. El espíritu del fuego le contó que se había perdido y aquel era su final. El pajarito también le confesó que su final estaba cerca. Ninguno tenía ganas de moverse, y se quedaron en aquel claro a pasar la noche, abrazados, como compañeros de penurias que eran.
La noche llegó, muy fría. El pajarillo se acurrucó todo lo que pudo al espíritu y este al pajarillo, esperando la visita de la muerte, mientras soñaban que unían fuerzas y se iban a un lugar más propicio para ambos.
Al llegar la mañana, ya no había rastro de ningún fuego, tampoco del pajarillo. En su lugar, había un pájaro de fuego que dormitaba tranquilamente, ignorando el aire frio de la mañana. Abrió los ojos cuando un zorro se le acercó a husmear. El pájaro se desperezó asustando al zorro que huyó ante aquella magnífica criatura. Él ave, en plena forma, alzo el vuelo para dirigirse a un lugar más cálido donde vivir el invierno como había sido el sueño del pequeño espíritu de fuego y de un pajarillo desvalido.
El primer fénix de la historia había nacido.