
El castillo se alzaba en lo alto de la colina que se hallaba en el centro de la ciudad. Se trataba de una impresionante construcción de piedra que había ido creciendo junto con la ciudad. Lo que en otro tiempo fue una simple torre del homenaje se había transformado en la más grande fortificación del Reino de Lobera. Sus tres murallas internas la hacían infranqueables y sus torres y torreones buscaban llegar al cielo.
Pero no eran sus salas, salones, bibliotecas, cocinas o establos lo que llamaba la atención del príncipe Akal, no eso lo dejaba para sus súbditos. Lo realmente emocionante era descubrir todos los pasadizos y otros secretos del castillo. Desde que su nacimiento había tenido la obligación de formarse para ser el nuevo rey, de aprender el arte de la lucha… Y eso lo abrumaba demasiado. Siempre intentaba huir y un día, se cayó por una trampilla que le mostró el mundo detrás del castillo.
Gracias a su descubrimiento había encontrado una gran pasión, una relacionada con la arquitectura y los mapas. Desde entonces había logrado crear un plano secreto de gran parte del castillo, aunque sabía que le faltaba algún pasadizo más por encontrar, de lo contrario había lugares sin sentido.
Era un día caluroso y pensaba huir nuevamente. Deseaba visitar el rio que bordeaba la zona este de la ciudad. El método más rápido para salir era un pasadizo que se encontraba en el suelo de piedra de una vieja fuente en desuso. Estaba cruzando el jardín abandonado cuando vio posarse a un fénix en el ángel que la coronaba. Ya no podía huir.