El muchacho y el dragón

Cuentos - microrelatos

Érase una vez un joven imberbe y calvo que encontró un extraño huevo recubierto de brillantes escamas color púrpura. El huevo ardía por motivos que el joven desconocía. Trató de cascarlo pero era demasiado duro.  

Pasaron unos días y el huevo eclosionó. De él salió un pequeño dragón de escamas púrpuras. Era una criatura asombrosa pero con un voraz apetito. Primero, empezó comiéndose algunos insectos, luego pasó a los roedores y a las ranas… Cuando empezó a comer sus presas de caza se dio cuenta de que lo tenía que devolver a su hogar. Con cierto pesar, cogió su copia de viaje, algunas provisiones y un mapa que lo llevase a la reserva de dragones que se encontraba en el Bosque de Fuego. Tardaría un mes. 

Caminó y caminó con el pequeño dragón que cada día pesaba más hasta el punto de que ya no podía con él. Hizo un alto en el camino rindiéndose en su cometido. El dragoncito debería quedarse ahí. Esa sería su última noche juntos. Antes de dormir le comunicó el desenlace de su relación pero el dragón apenas le miró y se durmió. No le hizo demasiado caso. No lo entendía. El muchacho se envolvió en su capa y cayó dormido. 

Despertó molesto por el incesante viento que soplaba en sus oídos. Era extraño él había parado en una zona protegida del viento. Abrió los ojos y se llevó una gran sorpresa. El dragón lo llevaba volando entre sus garras. ¿Pero cuando había crecido tanto? Se sujetó con fuerza a las garras. Ante el contacto, el dragón le miró con una de sus sonrisas. El vuelo transcurrió con tranquilidad aunque el muchacho lo pasaba mal cuando algún pájaro atrevido volaba demasiado cerca de él, apunto de chocar. 

Al finalizar el día, divisaron la reserva de dragones era un lugar impresionante en el que los dragones volaban sobre las montañas, lanzando fuego sin quemar el bosque. Debían aterrizar y vieron como de una casa de madera salía un hombre muy grande y peludo que les hacía señales con dos antorchas para aterrizar. El dragón se acercó a él y soltó al joven cuando quedaba poca altura. Luego aterrizó a su lado. 

—Ya era hora de que llegarais, estaba empezando a pensar que no encontrarías el camino para traerme de vuelta al dragón. Vamos ven conmigo no hay tiempo que perder. 

—¿Me esperaba? ¿Cómo es posible? ¿Quién es usted? 

—Soy Rubeus, guardián de la reserva de Fuego. Y por supuesto que te esperaba, o más bien al dragón. Alguien robó su huevo.  

—¿Pero por qué y cómo? 

—Haces demasiadas preguntas. ¿Como iba a saber que vendrías si no lo hubiera consultado con una bola de cristal? Y ahora date prisa, ven con el dragón por aquí. 

Siguieron al hombre por un sendero pedregoso que se adentraba en el corazón de la montaña. Allí tuvieron que subir por unas empinadas escaleras de piedra hasta una gran sala que contenía únicamente una gran piedra roja sobre un pilar. 

—Necesito que el dragón lance una llamarada hacía la piedra. Cada dragón recién nacido debe hacerlo o el bosque terminada ardiendo por completo y el resto del mundo le seguirá. 

El dragón al principio no entendió lo que tenía que hacer, todavía no lanzaba llamas. Pero fueron llegando dragones a contemplar el espectáculo y de alguna forma se lo explicaron porque apenas unos minutos después logró lanzar el tan esperado fuego. Rubeus aplaudió mientras el muchacho no salía de su asombro. Los demás dragones fueron alzando el vuelo y el dragón de escamas púrpuras les siguió. 

—Bien esto ya está hecho. Y ahora, ¿estás preparado para convertirte en el siguiente guardián de la reserva de Fuego? 

El muchacho no sabía qué responder, no lo había pensado. Por lo pronto, se quedaría un tiempo en la reserva. Más adelante, no sabía qué haría. 

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