
Cuando el abuelo de Elión murió, él tuvo que empezar a poner en orden sus cosas. Durante toda su vida había ido acumulando gran variedad de extraños objetos de toda clases y tamaños. Elión se había convertido en un gran historiador y podía averiguar de donde procedía cada uno. Había diversas vasijas procedente del antiguo Egipto, tallas de jade de China, tocados de plumas de los indios americanos…
Pero de todos ellos había uno que no sabía qué era exactamente. Se trataba de una misteriosa piedra verde de malaquita. Era misteriosa porque la había encontrado encima de un pequeño altar en honor a Gaia, la diosa de la Tierra. Como todo lo demás, dejó la piedra en su sitio y continuó con el papeleo.
El día que se leyó el testamento, su abuelo pedía que todas esas adquisiciones volvieran a su lugar de origen. No sería difícil, además, en su defecto, podía devolverlas a los museos de cada uno de los países. Solo la piedra verde tenía una extraña instrucción, devolverla a su legítimo dueño en unas extrañas coordenadas que se encontraban en medio de la nada, en un bosque.
Durante semanas dejó la tarea de devolver la piedra a un lado mientras ordenaba, clasificaba y enviaba de vuelta los objetos a sus hogares. Muchos de los museos le pagaron grandes sumas por adquirirlos, pues algunos de ellos eran tan extraños que no había otros iguales. Solo por afición había encontrado lo que otros tardaban años en hacerlo.
No podía demorar la última petición de su abuelo por más tiempo. Con cierta pereza organizó las cosas para irse de excursión, preparó el mapa y su GPS y partió en su coche. Lo dejó en una zona de descanso y se adentró en ese terreno desconocido. Su destino, si Google no se equivocaba, estaba a varias horas de camino, pero a él le llevaría todo el día.
El bosque era un lugar muy hermoso. Todo estaba verde y guardaba cierta humedad de un arroyo cercano. Los pájaros cantaban una hermosa canción que en la ciudad sonaba disonante y nada armoniosa. Algunos de ellos se acercaban a las ramas más bajas para observarle. También notaba la presencia de más animales pero estos no se dejaban ver. Elión se maravilló con él, distrayéndose de su camino. El joven arqueólogo tropezó con una raíz en el camino y no pudo continuar.
Miró su móvil, solo podía llamar a emergencias. Suspiró. No podía caminar. Debía llamarles, la piedra debería volver a casa en otra ocasión. Pero antes de que pudiera pulsar el botón de llamar, empezó a aparecer de la nada una misteriosa niebla que le envolvió, imposibilitándole ver donde estaba o lo que tenía en sus manos. De la niebla, salió un gran ciervo que le olfateó y le ayudó a ponerse de pie. La pierna ya no le dolía. Le acompañó de vuelta durante parte del recorrido, todavía envueltos en la niebla. Le apoyó en algo que Elión no supo identificar y se marchó, llevándose consigo la niebla. Cuando miró a su alrededor, se encontró apoyado en su coche, con el móvil en la mano y sin la piedra.
Entendió entonces el altar a Gaia, el ciervo, un espíritu del bosque, había recuperado lo que era suyo y a cambio le había ayudado. Esa fue la primera y única experiencia extraña en la vida de Elión, pero a partir de ella, tuvo mucho éxito en la vida e hizo grandes descubrimientos. En su vejez, Elión supuso que los descubrimientos de su abuelo fueron cosa de la piedra. Una mañana cerró los ojos y dejó que la niebla le envolviera y que el gran ciervo se lo llevara con él y con la piedra.