
El grupo continuó caminando con pies de plomo por aquel territorio desconocido. A pesar de que el mapa de Akal no servía para nada, él empezó a fijarse en otras señales para evitar algunos obstáculos del camino.
En una ocasión encontraron un pequeño arroyo al que Galena fue a refrescarse pero Akal la detuvo. De los bordes del río salía un humo ligero y casi imperceptible. Por precaución, el príncipe lanzó al río unas cuantas hojas secas que había en el camino. Estas, al entrar en contacto con el agua empezaron a arder y, por un instante, el agua se volvió roja como la lava. Acababan de toparse con uno de esos misteriosos arroyos de lava que simulaban ser agua cristalina.
Al llegar la noche, o más bien, al sentir que llevaban demasiadas horas caminando, buscaron un terreno seguro para acampar. En realidad ningún lugar era seguro pero debían arriesgarse. Ginega tanteó el terreno afirmando que era firme mientras que Akal inspeccionaba que no hubiera ningún Geiser u otra trampa mortal en las inmediaciones. El resto empezó a preparar el campamento. Con ciertas dificultades. El terreno estaba tan seco y se había vuelto tan duro que era imposible clavar las tiendas de campaña. Tras muchos intentos en el que todos arrimaron el hombro, desistieron. Además, pensaron que sería más fácil defenderse si no tenían que andar entrando y saliendo de las tiendas.
Decidieron hacer turnos. Tomás sería el primero, luego iría Siriel y finalmente Ginega pues Akal y Galena no sabían pelear. Lamia estaría en todos los turnos. Al llegar la noche, la oscuridad aumentó imposibilitando que se viera nada más allá del fuego que habían creado. Era la noche más siniestra que habían pasado.
Mientras Tomás hacía guardia notó como una roca en la lejanía empezaba a hundirse. Estaba demasiado cansado. Lamia también lo vio. Al cabo de un rato, la roca ya no estaba y un tronco cercano empezaba a hundirse. Lamia se inquietó, despertaron a Akal para comentarlo con él. Lo único lógico es que se tratara de arenas movedizas, pero no había leído nada de que se movieran, aunque nada de lo que había leído había sido útil. Iban a avisar a los demás cuando Akal sintió que empezaba a hundirse. A su lado Tomás también lo hizo.
Lamia, en su forma de pájaro común apenas tenía fuerzas y fue a despertar a los otros pero apenas se pusieron en pie, las arenas empezaron a hundirlos. Sabían que si se movían se hundirían más rápido pero a estas arenas les importaba poco que hubiera movimiento, simplemente parecían estar ahí para hundir a cualquier incauto que encontrasen en su camino. Las ramas y lianas que Lamia intentó lanzarles poco sirvieron para salvarles de las arenas y antes de que pudiera hacer algo más Lamia se vio sola en ese terreno sombrío.