Akal se encontraba tumbado en el suelo duro de una caverna. El joven príncipe recordaba haber sido tragado por las arenas movedizas que aparecieron de repente. Le dolía todo el cuerpo a causa de la caída que había sufrido. Era un dolor intenso, sobre todo en las piernas y parte del abdomen, pero lo agradecía por que le hacía sentir vivo. Se levantó en busca de sus compañeros, pero a su alrededor no había nadie.
Con más valor del que pensaba que tenía, empezó a caminar en busca de una salida. Su guía les había llevado a esa situación y por tanto debía rescatarles. Los libros en los que había confiado toda su vida le habían fallado, pero, ¿de qué forma podían registrar en un libro los constantes cambios que sufría el terreno? Ese lugar estaba vivo y era imposible atravesarlo. Pero él estaba dispuesto a llegar hasta la Montaña de las Tinieblas.
Avanzó por la oscura cueva, iluminada por pequeños agujeros que la conectaban con la superficie. Desconocía la dirección que debía tomar, pero iba siempre adelante y si encontraba algún desvío, lo marcaba con alguna rama con la esperanza de que no desaparecieran. Los corredores estaban en absoluto silencio, solo roto por sus pasos. ¿Acaso sólo había sobrevivido él a las arenas movedizas? No, se negaba a pensarlo. El resto estaría bien, estaba seguro.
En una de las intersecciones había dos caminos uno que iba hacía abajo y otro que subía. Por descarte tenía que subir pero en ese traicionero lugar, lo mejor era bajar. Pero antes debía llevar algo que iluminase su camino.
Hizo un hatillo con algunas ramas secas y las envolvió con un pedazo de su camisa y con mucha paciencia logró que prendiese el fuego. Continuó su camino hacia abajo cada vez más seguro de sí mismo.
Do.lobera 