
Siriel despertó sola en una lúgubre caverna. Tenía todo el cuerpo magullado y dolorido, y estaba congelada. Su armadura había desaparecido y solamente llevaba la camisa fina que usaba bajo su armadura. ¿Qué lugar era ese? ¿Cómo podía estar vivo y atacarles constantemente? ¿Cómo podía vencerla? Ella era una caballera del reino, una guerrera protegida por una dragona. Pero Kara estaba muerta, unos hombres la habían matado por hacerse con un tesoro maldito. Y ella, Siriel, sin Kara no era nadie. Galena también la había ayudado mucho, pero la sirena había desaparecido, seguramente no habría tenido tanta suerte como ella. Lloró en silencio por sus amigas.
No intentó levantarse y buscar una salida, no tenía sentido. Estaba sola en un reino enemigo y nadie vendría en su ayuda.
Recordaba como de niña le decían que no debía soñar con ser una heroína, que jamás podría serlo por ser chica. Siriel debía aprender a coser, a cantar y cocinar, debía procurarse un buen marido que la cuidase y defendiera… Pero ella soñaba con ser algo más. Ojala les hubiera hecho caso. Entonces estaría en una casa en buena compañía, caliente y con el estomago lleno por una deliciosa comida que habría preparado.
No quería estar ahí, pero ya no podía hacer nada. Solo podía quedarse en ese lugar y esperar que la muerta la encontrase sola y abandonada, como una mujer más.