
La caída continuó durante eternos minutos hasta que, finalmente, unas zarzas y espinos gigantes detuvieron su caída. Las espinas le hirieron y buscó su hacha para salir del enredo. Por fortuna, Tomás llevaba su hacha a la espalda y pudo sacarla. Rompió las ramas y las espinas mientras las plantas proferían graves gemidos de dolor. El leñador estaba tan entretenido cortando las ramas que no oyó los lamentos, como tampoco se fijó que los tallos se retorcían y retiraban una vez talados. Tomás fue cayendo poco a poco hacía el suelo, lleno de hojas y ramas secas.
Tras largos minutos de cortar aquellas zarzas y espinas gigantes, logró llegar al suelo. Allí, decidió descansar antes de continuar abriéndose paso. Cerró los ojos para descansar unos instantes o al menos esa era su intención. Cuando los volvió a abrir, se vio envuelto por muchísimas más zarzas y espinas que antes, pero en esta ocasión no tenía ninguna hacha que pudiera cortar a aquellos troncos robustos. La buscó en el pequeño espacio que tenía hasta que vio un reflejo lejano, entre las ramas y las espinas. Apenas había ningún hueco para llegar hasta ella, como tampoco lo tenía para seguir hacía delante.
No oía tampoco al resto de sus compañeros, estaba solo en aquel bosque de espinos que parecía buscar venganza por los árboles talados por el leñador.
Continuará…