
Quien se fue a Sevilla perdió su silla y a quien se fue a comer le cambiaron la silla. Una broma más, en unos días tranquilos y monótonos en la oficina. Las compañeras se compinchan y cambian de lugar la vieja y rota silla, pero muy apreciada por su «dueño» ya que es la única que se reclina hasta decir basta, la única que puedes quitar el reposabrazos y usarlo como arma… La silla ocupa su nueva posición, pero cuando una de las bromistas se va a fumar, la otra hace un giro de tuerca a la broma. La bromista va a recibir la broma.
La silla vuelve a su sitio, y el compañero, a su vuelta, no nota la diferencia porque es su silla de siempre. Estoy atenta a la reacción de la bromista que ha olvidado la broma. Solo al cabo de una hora se da cuenta y se sorprende de que su compañero tenga la silla. ELLA HABÍA CAMBIADO LA SILLA. ¿Qué ha pasado? Pregunta al resto de compañeros si le han dado la silla, mientras me callo como una muerta. Nadie dice nada y ella sigue alucinando sin entender. Saca su teléfono móvil y le manda un mensaje a su compinche que ya se ha ido a casa. Entonces se hace la luz, ella ha cambiado las sillas y ha caído en la broma que ella misma iba a hacer.
LA BROMA PERFECTA EXISTE