Mago errante

Cuentos - microrelatos

Érase una vez un mundo sombrío y triste gobernado por unos tiránicos duendes. En este mundo las risas, las sonrisas y la alegría estaban prohibidas bajo pena de acabar como comida de unas hambrientas serpientes que los duendes criaban para este fin. Con el tiempo la gente había olvidado la felicidad, la paz y la tranquilidad. Caminaban sobre un mundo gris y monótono.

Ster no sabía nada de ese mundo, el sólo era un viajero entre dimensiones que buscaba encontrar una vieja puerta roja que era la entrada a su hogar. El joven llegó con su capa escarlata, su bufanda dorada y su sombrero puntiagudo que era su único amigo. Desde su llegada empezó a destacar entre los habitantes de ese mundo gris que no conocía los colores. Todos huían de él temerosos de la reprimenda de los duendes o de que pudieran llevarse a sus hijos que habían llegado a sonreír al viajero.

Pronto su llegada fue informada a los duendes que le mandaron apresar. Las serpientes se darían un gran banquete con él. Pero ninguno contó con que fuera capaz de hacer magia. Esa magia de la que ellos habían huido hacía siglos. Los hechizos de Ster pudieron con todos, incluso con aquellos que le atacaban por detrás, pues su sombrero, le advertía del peligro en la retaguardia.

Los duendes se alejaron y mandaron atacar a las serpientes. Pero Ster abrió una vieja cabina de teléfonos y las atrajo con una ilusión hasta ellas. Todas cayeron en la trampa y fueron enviadas a otra dimensión, una la que no eran una amenaza para casi nadie. Los duendes empezaron a huir una vez más, escondiéndose en cuevas, alcantarillas y catacumbas… El control que habían tenido sobre el mundo desapareció y empezó a colorearse al son de la magia de Ster. Las risas volvieron a oírse, la gente volvió a sonreírse y la gente empezó a ser feliz.

A pesar de  haber salvado el mundo, en ese tampoco existía la puerta dorada que buscaba y debía continuar su viaje, pero antes de irse, enseñó a algunos hombres y mujeres a usar la magia para que pudieran proteger su mundo, para que las risas siguieran y los colores siguieran creciendo hasta hacerse infinitos. Tras unos pocos años, de enseñanza y tras asegurarse de que los duendes habían abandonado el mundo, continuó su camino, con una sonrisa en la cara.

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