Lamia guio a Galat’z hasta un pequeño claro donde se había ido reuniendo los componentes del grupo tras salir de las cuevas y túneles. Ginega había recuperado su gigantesca forma mientras Galena había realizado un hechizo para seguir siendo humana. Siriel estaba entrenando con el joven príncipe que aprendía rápidamente los movimientos de combate con espada, aunque no era de extrañar pues durante su infancia y juventud su maestro había intentado enseñarle a manejar una espada. Tomás seguía en silencio afilando su hacha, había cortado unas cuantas ramas y encendido una hoguera.
Era agradable ver que aquel territorio inhóspito iba ganando un aspecto cada vez más lleno de vida. La valentía y la persistencia de Akal habían obrado un milagro más allá de las armas y las batallas. Esas batallas eran las que tenían que ganar, las que tienen que ver con uno mismo.
Lamia aterrizó con Galat’z y lo acercó a la hoguera para que se calentara con el fuego. También lo envolvió con sus alas de fuego. Se dio cuenta de que el pequeño dragón había crecido bastante en esos días separados y sus alas ya no lo cubrían por completo. A pesar de ello, Galat’z intentó acomodarse lo mejor que pudo. Sentía como la magia de la fénix y el fuego le ayudaba a recuperarse. Ya no se sentía tan cansado.
Siriel y Akal dejaron a un lado su entrenamiento y se acercaron a ver a Lamia y al dragón. Galena y Tomás también se acercaron. Como Ginega era muy alta decidió subirles en su mano para verles. Galat’z cayó de su mano pero voló nuevamente hasta la palma de la giganta. Hay, con su madre fénix y sus amigos estaba su hogar y se sentía protegido porque todos juntos eran un equipo fuerte.
Continuará…
Do.lobera 