
El grupo volvía a avanzar hacia la Montaña de las Tinieblas. A su paso el camino tenebroso iba desapareciendo y la montaña parecía encogerse a cada paso que daban. Eso era genial, así con apenas unos pasos de Ginega llegarían enseguida a la cima.
Algunos animales intentaban atacarles pero al alcanzarles, casi todos acababan convertidos en criaturas inofensivas, meros animales salvajes que huían de ellos siguiendo su instinto de supervivencia. Los pocos que siguieron con su esencia maligna fueron fácilmente abatidos por las espadas de Siriel y Akal. Lamia guardaba su fuego para la bruja o para enseñar a Galat’z a usar el suyo. El pequeño dragón dominaba mejor el fuego y se sentía preparado para la batalla, pero como su madre adoptiva guardaba fuerzas para atacar a Wulfrugida.
La bruja inmortal les vio acercarse desde sus torres, y con lo poco que le quedaba empezó a atacarles pues sus monstruos iban desapareciendo. Con su magia calentó agua en tres calderos diferentes para tirarlos sobre ellos. Con un conjuro envió los calderos sobre ellos para que descargarán su contenido. Desde su bola de cristal vio como caía sobre ellos y les empapaba. Algo andaba mal, su agua hirviendo no podía simplemente mojarles. Recordó entonces a la sirenita que les acompañaba. Maldita pececilla.
En el camino, hacía la cima, el equipo se detuvo. Necesitaba mejorar su defensa o no conseguirían llegar a la cima. Habían tenido suerte de que Galena sintiera el agua hirviendo o la hubiera enfriado. No podían seguir así. Necesitaban un plan.
Continuará…