
La espera se alargó hasta las cinco de la tarde. La pobre Micaela ya no sabía qué hacer para disimular y acabó sacando un bloc de notas para anotar todo lo que veía en las inmediaciones del restaurante. Mientras tomaba apuntas, se fijó en que el restaurante se encontraba en la antigua posada donde, según el cuento y otros documentos, se había alojado el flautista. ¿Cómo no se había fijado antes, con la de veces que había ido a comer ahí?
No tuvo tiempo para responderse a su pregunta pues el flautista del restaurante salía en ese momento. Micaela guardó su bloc de notas en su bolso y siguió al joven que salía de la ciudad. Era muy rápido y la bruja no estaba en forma, trato de gritarle pero no la escuchó. Se colocó mejor el bolso para correr tras él. ¿A donde se supone que iba?
Las calles se convertían en caminos de tierra que subían por la montaña de Klüt. Si no le detenía le perdería. Pero el muchacho se detuvo y Micaela logró alcanzarle.
—Disculpa, ¿podría hablar contigo? Estuve en el restaurante y me encantó tu música.
El joven la miró sorprendido. Nunca nadie le había seguido.
—Me llamó Micaela y soy una investigadora de la Internacional Magic Music de Toronto. Estoy investigando la leyenda del flautista de Hamelín.
¿Qué quería esa mujer? Movía los labios pero no decía nada. Hasta que recordó que llevaba unos tapones en los oídos que le impedían distraerse con los locos ruidos de las ciudades modernas. Los tapones solo le permitían escuchar su música y era más que suficiente.
Continuará…