
Micaela quería saberlo todo y el joven empezó su historia:
—Hace muchos años, siglos en realidad, cuando la ciudad vivía la peor plaga de ratas de la historia, llegó un flautista que expulsó a las ratas al son de su música. En su momento había acordado que la ciudad le haría entrega de una bolsa repleta de monedas de oro por su labor, pero el alcalde y sus consejeros se negaron a recompensarlo. Como venganza, el flautista tocó otra melodía y se llevó a todos los niños.
«Los sacó de la ciudad y se los llevó a la montaña de Klüt donde abrió un portal que les llevó a un reino mágico, donde el tiempo transcurría muy lentamente. Allí, había más niños como ellos a los que había llevado tras el incumplimiento de promesas que le habían hecho. Yo soy uno de esos niños.
«Nos explicó que era el hijo de un gran mago, músico e hipnótico, mitad humano, mitad hada llamado Gründael. En vida había creado una mágica flauta tan poderosa que la envió de vuelta al reino de las hadas antes de morir, no quería que cayera en malas manos. La madre del flautista, una hada, le prohibió usarla a su antojo para manipular a la gente ya que algo tan poderoso debía usarse para ayudar. A pesar de que el flautista seguía los preceptos de su madre, si alguien no cumplía su cometido se vengaba llevándose a los niños para enseñarles el valor de cumplir las promesas y que las próximas generaciones fueran mejores.
«Al crecer, muchos niños volvieron a la Tierra, pero otros como yo, nos quedamos en el reino de las hadas pues nos habíamos enamorado de ese mundo. Los niños que volvieron fundaron este restaurante «Las tres ratas bailarinas» y, algunos como yo, venimos de vez en cuando a tocar pues, con el tiempo hemos acabado viviendo entre los dos mundos.
—¿Y la magia, de dónde procede?—preguntó Micaela. Era el punto que más le interesaba.
—Una parte de la magia, la más poderosa, procede de la flauta y de la magia que se usó en su creación, otra, más sutil, procede de la melodía que tocamos a la que imbuimos de más magia para conseguir el efecto deseado.
—Entiendo, es una mezcla de elementos lo que hizo funcionar la flauta y por eso no lo hemos conseguido reproducir. Nadie podría volver a hacerlo.
—No, al menos que tenga sangre de hada y no queda nadie con ella en la Tierra, todos están en el reino de las hadas por orden real.
Micaela se quedó pensativa. Al fin había desvelado el gran misterio de la música del flautista de Hamelín, pero no tenía pruebas, solo las palabras de un joven y la certeza de que jamás volvería a ver la flauta de Gründael o siquiera reproducirla…
—Prométeme que jamás dirás una palabra de lo que te he contado.
—Lo prometo.
De todas formas nadie la creería sin pruebas. El joven se marchó dejándola sola en el restaurante.
Esa noche, en el hotel, Micaela cerró los ojos para no volver a abrirlos. El secreto se fue con ella.