Apaga el frío – parte 3

Cuentos - microrelatos

La Tierra respiraba tranquila después de la huida de los humanos hacia un nuevo planeta que rezumaba vida nueva y frescor. Atrás dejaron al moribundo planeta que les había visto nacer. La Madre Naturaleza podía al fin regenerar el planeta, purgarlo de toda presencia humana y devolverlo a sus legítimos propietarios, las plantas y los animales. Ellos cuidarían bien del mundo, manteniendo el equilibrio entre todos. Al final, no había hecho falta que ningún meteorito impactase contra la Tierra. Tampoco muchos candidatos habían postulado para el trabajo asustados ante la perspectiva de ser destruidos por uno de los misiles atómicos de los humanos, esos bárbaros…

El planeta volvía a florecer entre las ruinas de las viejas ciudades que ahora estaban habitadas por todo tipo de animales que habían encontrado en las viejas estructuras un refugio ideal, comparable a las cuevas naturales. La Madre Naturaleza se encontraba siguiendo los pasos de una nueva especie de gatos que había introducido recientemente cuando su hermana, la Madre Naturaleza del planeta Utiel le pidió ir a visitarla.

Se preparó la visita en un paraje recuperado al 100% de las garras humanas. Pinos, abetos, encinas y olivos poblaban el bosque mientras el curso de un río fluía tranquilamente cerca del claro. Su murmullo se unía al canto de los pájaros que cantaban en primavera.

Madre Utiel llegó muy enfadada, asustando a los pájaros y rompiendo la armonía del lugar. Madre Tierra lo había visto venir y dejó que Utiel se desahogada.

—Tenías razón Tierra, esos humanos son las peores criaturas que jamás he conocido. No respetan nada, se quejan todo el rato y si les das una cosa, resulta que querían la otra y viceversa.

«Mi precioso planeta de agua, ahora está lleno de unas horrendas plataformas terrestres que llaman ciudades. Mis criaturas acuáticas se esconden de ellos. Hasta los temidos krakens, tienen pesadillas con los humanos. No quieren acabar en un laboratorio.

«A buena hora se me ocurrió dejarles asentarse. Tenía que haberles mandado una ola gigante para destruir su nave y a todos los krakens para asegurarme que no sobrevivían mientras se hundía.

Tierra sonreía mientras Utiel se quejaba. Durante muchos años sus hermanas le habían dicho que exageraba, que tuviera paciencia. Ahora, Utiel, finalmente, le daba la razón.

—Bueno, es posible que ahora o en un futuro cercano acaben entendiendo que no son los amos del mundo.

Uriel la miró incrédula.

—¿Tú crees?

—No. Pero soñar no cuesta nada.

Madre tierra le ofreció unas deliciosas viandas que acababa de recolectar mientras continuaban hablando de esa plaga llamada humanos. Antes de marcharse, Utiel y Tierra fueron a recorrer los alrededores recién recuperados que dieron esperanza a la nueva anfitriona de la humanidad.

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