
Una antigua profecía decía que un valiente brujo lograría descubrir los secretos del mundo creando un mapa que permitiría a todas las generaciones venideras viajar por todo el planeta.
La pequeña Minerva leyó una vez esa profecía en la biblioteca secreta de su madre, la gran guardiana de las profecías. Se enfadó un poco de que solo un brujo pudiese lograr esa hazaña, como tantas otras en el pasado. Minerva se dijo que sería ella quien lograría dar la vuelta al mundo en escoba, descubriendo todos sus secretos.
Empezó a practicar con la escoba todos los días, logrando grandes hazañas. A los 11 años logró entrar en el equipo de quidditch, a los 13 ya era capitana y a los 18 los principales equipos de la liga deseaban que fichara con ellos, pero Minerva rechazó a todos. Tenía otros planes.
Días después del salir del colegio, preparó su escoba y su equipaje para ir a cumplir la profecía. Antes de que pudiera subirse a la escoba, apareció John, su mejor amigo, para detenerla en su cometido. Él quería que se quedase, estar con ella y que se convirtiera en una brillante jugadora de quidditch.
Minerva se alejó de su amigo. Segura de lo que quería, montó en su escoba y partió a descubrir el mundo. Partió desde Inglaterra, pasando por Francia y Alemania. Cuando llego a las Siberia rusa, la escoba empezó a congelarse. Los hechizos y pociones que llevaba en el equipaje no funcionaban. Tuvo que bajar a buscar una boticaria local. Solo había una muy pequeña y mala aprovisionada. No tenían el líquido que necesitaba y tardarían 15 días en tener lista la posición. No tuvo más remedio que buscar un alojamiento donde poder quedarse. Aprovechó para ir perfeccionando su mapa mientras escribía cartas a su familia y a John, aunque sabía que, probablemente, él estaría enfadado y no querría saber nada de ella.
Durante esos días también aprovechó para dar paseos por el congelado lugar. Todo era blanco y se hacía difícil orientarse, pero el hechizo brújula siempre la ayudaba a volver al hostal. Tenía ganas de salir de aquel lugar tan frío.
Al volver de uno de esas heladas caminatas tropezó con una gran piedra blanca, perfectamente pulida que se camuflaba con la nieve. Se agachó a observarla mejor. Tenía forma ovalada. Minerva quitó la nieve a su alrededor para descubrir un huevo. Pero no era uno cualquiera, era el huevo de un dragón de hielo. Lo volvió a enterrar para que se viera bien frío y pudiese eclosionar. Volvió al hostal para tomarse un chocolate muy calentito.
Mientras desayunaba al día siguiente le llegó el mensaje diciendo que su poción estaba lista. Después de comer salió corriendo a por esperada poción.
En vez de continuar con su camino, volvió a ver cuál era el estado del huevo. Seguía muy bien enterrado, por lo que decidió quedarse unos días más en el pueblo. No siempre se tenía la oportunidad de ver a un dragón recién nacido y mucho menos a un dragón de hielo.
Cada mañana acudía rauda con su escoba hasta el nido del huevo, que se mantuvo sin cambios hasta el quinto día. A su llegada, todo parecía igual, más cuando el sol alcanzó su cénit un carámbano de hielo atravesó el cascaron y la nieve. Al poco, el carámbano se rompió, y apareció una pequeña lagartija blanca con las alas plegadas en su diminuto cuerpo. Un potente rugido rompió el silencio de la llanura. La madre del dragón acudía por su cría.
Minerva se elevó y creó una nube para ocultarse de los dragones mientras veía como madre e hijo se encontraban por primera vez y se marchaban a su cueva de Hielo. La bruja les siguió mientras aprovechaba para continuar con la creación del mapa.
Permaneció unos días más trazando el mapa de aquella región. Luego continuó volando hasta China, Japón pasó por América descendiendo hasta la Antártida y volviendo a subir por Australia, pasando por la India y África hasta volver a Inglaterra.
Habían pasado 5 años y Minerva había logrado terminar el mapa. Era el mejor que jamás se había dibujado. Estaba lleno de detalles, mostraba la ubicación de diferentes criaturas mágicas y lo mejor de todo era un mapa que cambiaba para mostrar el tiempo que hacía y si había alguna criatura interesante.
El mapa se reprodujo a cientos mientras el original se guardaba en la biblioteca/museo con el nombre de Minerva muy grande. La audaz bruja sería recordada durante muchos siglos.
Mientras descansaba de su viaje, su buen amigo John fue a visitarla. Quería saber si ahora se quedaría allí con él para convertirse en una gran jugadora de quidditch. Minerva no lo sabía. De momento, su escoba estaba en el taller y tenía mucho tiempo libre. Tomó de la mano a John y le pidió que la llevase a ver un partido de quidditch.