
Decían que el calor era insoportable pero los tres amigos no lo sentían. Habían aprovechado esos días de agosto, cuando el calor más apretaba, para hacer una huida al bosque donde, por cierto, habían acampado con una gran tienda de campaña. Ahí, a la sombra de los árboles y sobre la hierba, el calor era mucho más llevadero. Era la primera vez que iban de acampada durante días pero la experiencia les estaba gustando.
El primer día fue el más duro de todos, debía llegar al lugar de la acampada cargando con la tienda, la comida y otros utensilios necesarios para pasar todos los días. Hacía demasiado calor y la excursión les pareció demasiado larga. A punto estuvieron de dar media vuelta, pero eran muy tozudos e inteligentes. Decidieron ir haciendo turnos para avanzar. Mientras uno se quedaba algo más rezagado, los otros dos iban abriendo camino, marcando con fitas la ruta seguida. Hacia media tarde, el campamento estaba montado, pudiendo finalmente descansar y cenar.
El segundo y tercer día se dedicaron a explorar la zona. En una de esas exploraciones, se adentraron en una cueva, alumbrados por las linternas. Durante el camino de exploración fueron haciendo un mapa para evitar perderse así como marcando el camino seguido con piedras. Fue un bendición que exploraran aquella cueva puesto que albergaba una laguna de agua dulce. Era perfecta para beber y también para nadar, refrescándose del calor.
Ese paraje, en medio de ninguna parte y rodeados de árboles, era el paraíso. Todo verde, con la melodía de los pájaros y cigarras de fondo, además de que, en muchas ocasiones podían ver a pájaros y a otros animales volando o paseando tranquilamente por los senderos. Evidentemente, no les molestaban y los miraban de cerca con el monóculo que llevaban encima. Todos estaban contentos.
La vida en la acampada era placentera y transcurría sin las prisas del día a día. Tras los dos primeros días de exploración y tras las escapadas a la cueva, dedicaban los días a descansar y escuchar a la naturaleza. No había nada mejor, ni siquiera una salida a la playa, esos sitios masificados de gente, calurosos a más no poder y ciertamente ni la mitad de tranquilos que ese lugar.
Deseaban quedarse más tiempo al amparo de la naturaleza, pero la comida que habían llevado empezaba a escasear, los días libres que habían pedido se terminaban y debían volver a la realidad. El día de la partida recogieron todo, asegurándose de que todo estuviera tal cual lo habían encontrado al llegar, la naturaleza apenas debía notar que habían estado allí.
Con pesar y más cansados que a la ida y también más ligeros, desanduvieron lo andado, durante largas horas, deteniéndose a echar un último vistazo a aquel lugar que les había dado cobijo. Cuando empezaron a oír el ruido de los coches, supieron que la excursión, finalmente, había llegado a su fin.
Buenos días, Dolores.
Es la maravillosa experiencia del regreso a nuestros orígenes.
Poder, todavía, encontrar rincones en dónde convivir con la naturaleza es un grandísimo tesoro. ¿Hasta cuándo podremos seguir haciéndolo?
Ojalá las siguientes generaciones se den cuenta del necesario cuidado de la Tierra.
Delicioso relato, un Abrazo.
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Hola JascNet, a mi me cuesta encontrar sitios para ir que no estén llenos de gente o que a los dos pasos te encuentres con la casa o carretera de turno. Deberíamos salvaguardar mejor los espacios naturales. Saludos
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