
Era sábado por la mañana y Ruppert aprovechaba para volar con su escoba. Debía practicar para entrar en el equipo de carreras del colegio. La velocidad de la escoba no lo era todo, el mago también hacía mucho. Practicó la carrera hacia atrás, esquivando obstáculos móviles y por supuesto la carrera libre.
No hubiera parado si su madre no le hubiera llamado para comer. Bajó y guardó todos los elementos de la practica en el armario de carreras. Al llegar al comedor, su padre no había llegado del trabajo en la escuela de arquitectura mágica. Estaba creando nuevos hechizos para crear edificios en troncos de árboles que permitieran la simbiosis maga-planta.
Un estruendo en el exterior sorprendió a Clarise y a Ruppert, que corrieron a ver qué había pasado.
—Disculpa querida, volví a transportarme pensando en las musarañas—se disculpó Tom mientras bajaba del tejado del trastero con gran agilidad. No era la primera vez que le pasaba.
—No si ya se ve, si hasta tienes una araña en el traje. Anda, ven a comer que llegas justo a tiempo.
Tom se sacudió a la araña y siguió a su familia al interior de la casa.
—Ruppert, ¿cómo llevas el entrenamiento?
—Genial, consigo evitar los obstáculos a 15km/h, aunque todavía he de mejorar para entrar en el equipo. Ya sabes que buscan que sea capaz de evitar todo a 20km/h.
—Ya verás que antes de volver al colegio lo conseguirás.
Clarise colocó con fuerza la fuente de la comida, y ambos dejaron de hablar. Era increíble como odiaba que hablaran de deportes o de trabajo, pero era aún más increíble como lograba que se callaran sin decir ni una palabra.
—Por cierto, he visto que la tienda botánica ha recibido unas rosas mágicas preciosas, de esas que cambian el color de la flor dependiendo de la temperatura. ¿te gustaría que nos pasemos después de comer?
El cubierto que sostenía cayó al plato.
—¿Estás hablando en serio? Con las ganas que tenía de que llegaran. Por supuesto, tenemos que ir.
—Genial, pues después nos acercamos y pasamos una tarde en el centro de la ciudad.
Al terminar de comer, y tras un merecido descanso, la familia de magos partió a la zona de tiendas para ver las rosas. Pero no solo compraron la planta, Clarise aprovechó para comprarse un nuevo sombrero de maga y Ruppert un kit de mantenimiento de escobas. Luego, se tomaron un helado en la heladería más famosa y antigua del país.
El sol se fue, y cenaron en el jardín, a la luz de las velas y las luciérnagas, contentos por estar juntos.
Un microrrelato lleno de magia, donde la familia de brujas y brujos transmiten empatia. Precioso Dolobera, un abrazo
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