Los príncipes del bosque – La huida del cervatillo

Los príncipes del bosque

Erase una vez, en un lejano y mágico bosque, vivía un pequeño y travieso cervatillo llamado Ander. El invierno había empezado y Ander había salido a dar una vuelta a pesar de la negativa de sus padres. Ellos le habían advertido del peligro que podía entrañar pués en esa época del año era común que aparecieran cazadores con perros. Sin embargo, Ander no tenía miedo.

Se había acercado solo hasta el arroyo congelado, quería probar la dureza de ese hielo que le habían dicho era irrompible. En verdad, aguantaba su peso y la fuerza de sus patas. Entonces se preocupó, y si cuando llegase la primavera no se derretía… Pero sus padres no estaban preocupados, debía estar bien.

Iba a olerlo y a beber un poco de aquel hielo cuando, de pronto, a sus orejas les llegó un ruido amortiguado que lo puso en alerta. Aguzó más el oído. Oía el indistinguible ladrar de perros.

¡¡Había humanos en el bosque!!

Tenía que huír pero si volvía a casa se los encontraría así que decidió correr hacia delante. Ander corrió y corrió todo lo rápido que sus patas le permitían. Atravesó el río, subió y bajó la colina cercana y a pesar de que ya no oía a los humanos ni a sus perros, siguió corriendo hasta que se torció una pata y cayó al suelo. Intentó levantarse pero la pata le dolía demasiado. Como pudo, se arrastró hasta un árbol cercano y se durmió.

A la mañana siguiente, se despertó al sentir algo húmedo que le acariciaba la cara. Abrió los ojos y delante suyo vio a un perro negro que le estaba lamiendo la cara. Se levantó corriendo tratando de alejarse de aquel perro, pero su pata le falló y cayó al suelo.

—¡Al fin te despiertas!—dijo con alegría.—¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿Por qué estás aquí? Esa es mi cama… Por cierto yo soy Carbón.

El perro le miraba con curiosidad mientras movía el rabo de alegría. No parecía peligroso.

—¿Qué le pasa a tu pata?

—Me la torcí y me duele un poco – le contestó todavía con cierto recelo.

—Dime, dónde vives y te ayudo a llegar… Aunque todavía no me has respondido a nada.

Ander se lo pensó. La pata todavía le dolía mucho y, además, no tenía muy claro dónde vivía exactamente ni donde estaba en ese momento.

—Me llamo Ander, estaba huyendo de los hombres y sus perros…

—Esos salvajes…—dijo casi ladrando con enfado.—No me gustan, por eso me escapé de ellos. Solo de pensar en ellos tiemblo.

Esas palabras finalmente calmaron a Ander. Le sonrió tranquilo.

—No sé donde vivo. Vine corriendo huyendo sin mirar.

—No importa, soy un perro con un gran olfato —dijo Carbón tras unos instantes pensando. —No por algo desciendo de una larga estirpe de perros rastreadores.

Ander se apoyó en su nuevo amigo que empezó a olfatear el camino de vuelta a su casa. Debido a que le dolía mucho la pierna y a que Carbón le empezó a costar seguir el rastro, fueron avanzando muy lentamente. Durante el camino, ambos se hicieron buenos amigos, tanto que parecía que se conocían de toda la vida.

La noche llegó antes de que pudiesen llegar a casa de Ander. Carbón preparó una cama de ramas y hojas debajo de un frondoso árbol, donde la nieve no había cuajado para que pudiesen pasar la noche. Ambos se acomodaron lo mejor que pudieron y se quedaron dormidos.

Era medianoche y Ander y Carbón llevaban mucho tiempo dormidos, de repente, el cielo se inundó con el sonido de unos aullidos. Carbón movió las orejas sin llegar a despertarse. Por segunda vez se volvieron a oír. En esta ocasión sí que levantó la cabeza y olfateó el aire. Olía a lobos… Se puso en alerta. Él tal vez pudiera huir pero Ander… su nuevo amigo todavía no se había recuperado y no podría dejarlos atrás… Miró a su alrededor, cualquier ventaja frente a ellos sería buena, sin embargo, no encontró nada. Una rama crujió enfrente de él. Gruñó con fuerza mostrando sus dientes en esa dirección, despertando a Ander.

A pesar de la amenaza implícita, un joven lobezno apareció por entre los arbustos. Él también gruñía y mostraba sus dientes. Avanzaba hacia ellos con cuidado pues, debido a su juventud, no se fiaba de su fuerza para pasar por sobre aquel perro. Por un instante, un rayo de luna le iluminó.

—Sombra—gritó aliviado Ander pegando un salto que al momento le tumbó.—Que alegría verte.

—¿Os conocéis? Estupendo, soy demasiado joven y adorable para morir—dijo Carbón relajándose y acercándose a olerle.—Soy Carbón, ayudaba a Ander a volver a casa, pero mejor si nos ayudas.

Sombra le miraba asombrado por la actitud risueña y desenfadada de aquel perro. Miró con algo de confusión a Ander que se estaba riendo. Aparte de ver como le había fallado la pierna a Ander, este estaba bien. Se alegró mucho por su amigo. Había temido que hubiera caído víctima de los cazadores. Carbón volvía a saltar observando al lobezno contento por tenerle de su lado ya que parecía muy fuerte.

De repente vio unos ojos luminosos enfrente suyo que lo asustaron nuevamente. Esos ojos avanzaron y dejaron ver a lobos adultos. Sombra les había oído y se acercó corriendo a ellos. El más grande de ellos acarició con el hocico al lobezno quién le sonrió.

—Mi joven príncipe, que bien que estéis sano y salvo—dijo el lobo acercándose a Ander. Le ayudó a ponerse en pie, apoyándolo sobre su lomo.

—Yo también me alegro de veros jefe Noche —dijo descansando sobre él.—¿Podemos volver a casa?

—Claro, vamos – dijo con tono cariñoso.—Muchas gracias cachorro.

—Pero, ¿puedo irme con vosotros?—preguntó Carbón con pena.

—Claro que sí. En casa hay sitio para ti también.

Carbón saltó y gritó de alegría. Estaba que no cabía de gozo. Hacía unos días era solo un perrito solitario en medio del bosque y ahora tenía amigos y un lugar en el que vivir. Era feliz.

Caminaron toda la noche alumbrados por la luz de la luna llena. Iban rápido pues entre toda la manada ayudaban a Ander a caminar y seguirles. Al llegar la mañana alcanzaron el bosque encantado donde los padres de Ander, el Gran Príncipe del bosque y la Gran Princesa del bosque, esperaban ansiosos por su hijo. Al verle llegar se le acercaron y le dieron muchos mimos antes de llevárselo a casa, junto con Carbón, aquel cachorro amigo de su cervatillo que lo había ayudado tanto.

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