Salí a pasear en la noche, era fría pero no importaba. Las luces del hombre buscaban apartar las tinieblas y la luz aquellos temerosos de la oscuridad. Pero yo no tenía miedo, yo buscaba la oscuridad de la noche y me aparte de esa falsa luz. Me adentre en la negrura, sintiendo como me tragaba. No me amilané. Continué caminando y mirando al cielo.
Era un cielo sin luna, en el que diminutas estrellas me saludaban titilantes desde el cielo negro. Era hermoso.
Las estrellas brillaban en el cielo cual diminutas perlas. Las vi y me sentí minúscula. Las vi y sentí que me encontraba con viejas y buenas amigas a las que hacía tiempo no veía. Y poco a poco, a medida que mi vista se adaptaba, vi aparecer nuevas y pequeñas estrellas blancas que se enlazaban con las otras para mostrarme las constelaciones del cielo, ese mapa estelar que esconde un camino que nadie se aventura ya a seguir, pues ya nadie queda que pueda entenderlo.
Me quedé quieta, observándolas. Ellas tan altas y yo tan baja. Me daban paz y tranquilidad… Y aunque las supiera mis amigas, no era capaz de entender ese mapa que me mostraban. Había estado demasiado tiempo alejada de ellas, tanto que había olvidado su mensaje, su idioma…
Tenía frío, debía volver. Pero antes de irme les prometí volver a ellas para recordarlas una una, para reaprender su idioma y su mensaje, para poder leer ese mapa que me mostraban… Poco a poco me fui alejando de ellas, me fui alejando de la negra y absorbente noche para volver a la falsa luz… Una luz a la que no volvería a mirar igual, no después de haber sido testigo de la luz de las estrellas, una luz cierta, clara y pura que se basta y se sobra para ocultar las tinieblas de la noche si tienes ojos para verlas y ser su amiga.
Do.lobera 