
Érase una vez, en un pequeño pueblo, que tres chicos acudían a clase de magia con un profesor muy estricto. Llevaban estudiando desde hacía más de diez años y por fin se acercaba la graduación, para ello, y como examen final debían preparar un gran proyecto mágico.
Los tres eran muy buenos en las artes mágicas y se encerraron en sus estudios para crear el más grande y magnífico proyecto mágico que ningún otro estudiante hubiera realizado nunca. Sin embargo, más pronto que tarde descubrieron que si querían destacar, si querían ser recordados, debían salir a buscar las respuestas fuera de sus libros y de sus silenciosas habitaciones.
Hugo partió de su casa, lleno de pergaminos, plumas y tinta, a recorrer cada calle, callejuela, avenida y carretera de la cercana y pequeña ciudad. Cada día se comprometía a recorrer unas cuantas calles tomando medidas, anotando cada detalle de ellas… Al verle tomar esas extrañas mediciones, la gente le miraba divertida, pensando incluso que estaba loco, pero no le importaba. Estaba seguro de que su proyecto sería el mejor.
Lucy también se fue de casa, pero se dedicó a viajar de biblioteca en biblioteca, de herboristería en herboristería y en otras extrañas tiendas de suministros mágicos. Finalmente, cuando hubo reunido la más extraña variedad de ingredientes, notas… se encerró en su laboratorio y empezó a experimentar. A veces lograba que saliera humo, otras prendió fuego a su lugar de trabajo e incluso hizo explotar su laboratorio, pero continuo perseverando. Estaba seguro de que su proyecto sería el mejor.
Romo se acercó al zoológico de criaturas mágicas y empezó a analizar a algunas de las más interesantes y misteriosas. Sabía que ellas eran poseedoras de grandes conocimientos, que su pelo, sus escamas o plumas tenían propiedades misteriosas que todavía no habían sido descubiertas. Pero él lo haría. Su proyecto debía ser el mejor.
Pasaron las semanas y los meses y llegó la fecha en que debían entregar su proyecto. Bruno, su profesor, les estaba ansioso por ver sus trabajos. Organizó una presentación para que los presentaran. Para evitar caer en favoritismos o clasismos, el orden de las presentaciones se decidió al azar, sacando el nombre de sus alumnos de su sombrero. Hugo debía presentar el primero, después le seguiría Romo y finalmente Lucy.
Continuará…