El reino de Lobera – 32 – Akal al rescate

El reino de Lobera

El túnel por el que había llegado al lago era diferente. En ese momento tenía cuatro bifurcaciones que ascendían. De forma aleatoria, y esperando que cada uno de ellos le llevase hasta uno de sus compañeros, cogió uno de los caminos que ascendía sin parar. Era un trayecto pesado por el que temía tener problemas de respiración, pero el príncipe fue subiendo poco a poco sin apenas detenerse a descansar. Mantener un buen ritmo era mejor que detenerse.

Tras muchas horas de ascenso en que no encontró a nadie, por fin pareció ver el final del túnel. Se veía la luz del sol y se respiraba un aire mucho más fresco que en aquellos pasillos subterráneos. Agradecido por la suave brisa que recibía empezó a correr hasta la salida tan rápido como la espada le permitía. En apenas unos minutos Akal salía por el hueco de un árbol al mismo páramo desierto que les había absorbido. El campamento estaba igual que aquella fatal noche de hacía dos días.

Recuperando algo de su antiguo ser, corrió a buscar su mochila y los libros y pergaminos que tan poco le habían ayudado. Suspiró. Todo estaba ahí. Pero no había ni rastro de los compañeros perdidos. Como pudo empezó a guardar todo aquello que pudiera serles de ayuda y que él fuera capaz de cargar.

Mientras guardaba en las mochilas aquellos objetos de más valor y mientras comprobaba que podía con ellos, se le acercó un diminuto gorrión rojo que buscaba refugio con él. Era extraño, los gorriones no eran rojos y tampoco tenía una actitud agresiva. Era como si le conociera, como… Como si fuera Lamia…

—¿Qué te ha pasado?—preguntó preocupado, pues aunque al entrar en el camino tenebroso había adoptado la forma de un pájaro normal y corriente, había sido mucho más grande y fuerte.

El pajarito pió y pió pero no pudo hacerse entender. Al darse cuenta de que había perdido la capacidad de hablar lanzó un canto lastimero que le rompió el corazón. Lamia, pues había decidido que sólo podía ser la sabia fénix, se abrazó aún más contra él.

Lamia debía recuperar su forma original antes de que fuera demasiado tarde y Akal sabía la manera. Si Galena había recuperado su forma al llegar a la caverna del lago, seguramente a la fénix le pasaría lo mismo.

Terminó de guardar las cosas, y tomando a Lamia entre sus manos, volvió a descender por el túnel. La bajada debía ser más fácil pero iba cargado con más peso y cuidaba más cada paso que daba no fuera que cayera mal. Pero Akal no resbaló ni una sola vez.

A medida que descendía el pajarito empezó a hacerse más grande y fuerte. Primero se hizo grande como un mirlo, después como una paloma, como un búho pequeño… hasta que al llegar a la cueva alcanzó su tamaño original, el de una gran águila imperial con una gran cola de plumas. Lamia sintió cómo volvía su magia de fuego. Alegre por haber recuperado su magia, empezó a volar alrededor del lago subterráneo, dándole la luminosidad de una día de sol.


Continuará

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