El retratista

Cuentos - microrelatos

Sentada y muy quieta miraba día tras otro como el joven pintor de la corte realizaba su retrato. Estaba acostumbrada desde niña a aquellas sesiones maratonianas, pero nunca la habían gustado. Siempre la habían pintado hombres mayores y viejos de los que quería huir para ir a jugar con sus muñecas. Sin embargo, con el joven Miguel, no tenía esa necesidad. Se quedaba muy quieta observándole, siguiendo los trazos que dibujaba, los colores que ponía en el lienzo…

Pero no era la única que estaba a gusto con su labor. Miguel adoraba acudir a pintar a la joven duquesa. Era preciosa, con sus rizos castaños y sus ojos color chocolate que le seguían en cada movimiento. Le tenían completamente atrapado. Además era amable. Siempre que le traían algo en los descansos, le ofrecía comer unas pastas y un té.

Secretamente ambos esperaban que el retrato no terminase nunca para poder seguir viéndose en silencio, sin molestias. Miguel intentó alargar todo lo que pudo la finalización del retrato. Siempre encontraba algún detalle, algún sutil toque de luz que quería incluir o modificar.

—Ah Miguel, yo veo el retrato perfecto. Hoy lo quiero tener terminado—comentó un día el duque al inicio de la sesión.—Además, María ya no va a seguir posando pues debe partir a casa de su prometido para casarse.

—Si mi señor—dijo apesadumbrado el muchacho.

La sesión no fue nada bien. María rompía a llorar cada dos por tres y Miguel a cada trazo que daba estropeaba cada vez más la pintura. Al momento de la pausa, María no quería comer pero le ofreció igualmente la comida que la habían llevado. Miguel se lo agradeció y le pidió poderla besar en la mano en señal de despedida. La duquesa accedió y cuando el joven retiró la mano, tenía en ella una nota que guardó en un lugar seguro.

Terminada la jornada. El pintor logró entregar el cuadro, pues había podido arreglar el desaguisado que había hecho y se marchó de las estancias del duque. También María se retiró a su alcoba para leer el mensaje.

«Si significo algo para vos, venid conmigo a recorrer mundo mientras pinto retratos. Os espero en la entrada a la torre de astronomía a media noche. Miguel»

No tuvo que releer el mensaje para saber que se iría con el joven pintor. Mientras llegaba la hora, se preparó para su marcha. Sabía que no podía ir con la misma imagen que tenía en ese momento, todas las novelas que había leído mostraban como jóvenes amantes eran capturados por no ir disfrazados. A ella no le pasaría lo mismo. Se cortó el pelo, se manchó la cara con hollín y convirtió sus ropa en ropa de hombre.

Salió poco antes de la media noche hacía la torre de astronomía. Allí estaba él, esperándola con esperanza. Al ver llegar al deshollinador, sintió que todo había sido una tontería. Pero cuando este le miró a los ojos con su mirada de chocolate, supo que era su amada. Abrió un pasadizo secreto y se la llevó como había prometido. María aprendió a pintar y pronto el trabajo conjunto de ambos empezó a ser altamente demando.

Y de la joven duquesa solo quedó el retrato de Miguel que fue guardado en el ático del palacio, por la vergüenza que sintió su familia tras su marcha. Pero el cuadro no entendía de vergüenza y se mantuvo tan hermoso como el día en que fue terminado.

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